EL MISTERIO DE LA “BAJA  DE GANDO”

 

Rafael Sánchez Valerón

Cronista Oficial de Ingenio

 

 

 

La baja de Gando es una elevación montañosa que desde el fondo del mar casi aflora a la superficie. Tomando como referencia la punta de Gando y el Roque (islote), en las costas teldense de Gran Canaria se encuentra a corta distancia de la orilla. La marca está bien trazada en las cartas de navegación desde el año 1833 cuando Arlet y Vidal, tenientes de la marina británica, las registraron con el nombre de piedra a flor de agua que expresaba a la perfección el escollo, siendo aprobadas por el almirantazgo de Inglaterra. Extraña  que a pesar de estar reflejada su existencia en las cartas de navegación se hayan producido tantos naufragios de barcos de gran tonelaje, incluso a la luz del día y con el mar en bonanza.

Relatamos  cronológicamente gran parte de estos naufragios sin entrar en detalles técnicos ni análisis de las causas, tan solo el relato simple de los hechos ocurridos.

 

 

El Senegal

 

El Senegal era un vapor de 1.625 toneladas de la Compañía inglesa British and African Stean Navigation Company, al mando del Capitán W. L. Keene.

Transcurría el mes de Mayo de 1880, con un cargamento de aceite de palma y coconote había salido de Fernando Poo y navegaba con dirección a Liverpool conduciendo  a  bordo sesenta y cinco náufragos del vapor inglés América, que  se había  hundido en su viaje de Southampton al Cabo de Buena Esperanza, debiendo hacer escala en las islas  Canarias. El día 12 de Mayo, navegando por las costas de Telde  y cuando eran las dos y media de la tarde, muchos pasajeros se encontraban en cubierta contemplado las costas teldenses que a muy corta distancia mostraba sus bellezas  a los incautos viajeros, cuando se oye un gran estruendo seguido de un estremecimiento como si el barco se resquebrajara, repitiéndose dos veces consecutivas, produciendo la alarma y angustia consiguiente.  El buque había chocado contra la baja de Gando  ocasionando una gran avería con un boquete en la parte de proa por donde empezó a entrar agua en abundancia, comenzando a zozobrar, haciendo inútiles cuantos esfuerzos se hicieron para  salvar la nave que ostensiblemente se iba hundiendo por la proa, al tiempo que se desplazaba hacia el Norte. Ante la circunstancia de que no había manera de mantener el barco a flote no quedaba otro recurso que salvar a las personas y lo que se pudiera del cargamento. Después de varias horas luchando para que no se hundiera, casi de noche,  se optó por la solución de  embarrancar el barco lo antes posible, haciéndolo por la playa de las Salinetas.

En el momento de producirse el siniestro, el primer piloto hacía la guardia con el timonel que guiaba la nave. A pesar de lo aparatoso del choque, el hecho que  ocurriera de día y cerca de la costa no produjo graves consecuencias. No obstante el desconcierto se apoderó de la tripulación y pasajeros que se apiñaban en los botes al costado del buque intentando ganar la orilla para salvar sus vidas y dejando atrás sus pertenencias. Uno de los botes de estribor en el que se concentró gran número de pasajeros reventó, y se soltó de los gavilanes que lo sostenían al buque, cayendo al mar, cerca de las hélices, quedando destrozado; un anciano, miembro del Parlamento inglés diputado del distrito de Buena Esperanza, superviviente del naufragio del América, encontró la muerte al caer por la borda, siendo destrozado por la propia hélice del barco, su destino estaba en el mar. Dos lanchas de pescadores que se encontraban en las inmediaciones, con arrojo de sus tripulantes se lanzaron al mar salvando al resto de las personas, entre ellos una mujer con un bebé, un niño de 13 años que se había asido a una de las tablas del bote, y una niña de cinco a seis años que se había agarrado a un remo y que en los momentos en que iba a socorrérsela apenas le quedaba la cabeza fuera del agua y próxima a sucumbir por faltarle las fuerzas.

            Una vez en  tierra  todos los náufragos fueron albergados en una casa de las Salinetas propiedad de D. José Naranjo, siendo hospedados y atendidos generosamente tanto por él como por su esposa. En este lugar ya se encontraban el alcalde de la ciudad de Telde  D. Carlos Navarro Bethencourt y el Alcalde de Mar D. Luis Bravo quienes adoptaron desde el primer momento las medidas y precauciones correspondientes al socorro y atención de los náufragos, aplicando  las disposiciones sanitarias, ordenando el Alcalde la  incomunicación de todos, mientras llegaba de Las Palmas la visita de Sanidad en previsión de posibles epidemias, a cuyo efecto se había pasado el oportuno aviso, llegando a las diez de la noche en unión del  Comandante de Marina D. Pedro del Castillo Westerling que determinaron su libre traslado por  lo que muchos pasajeros se trasladaron a  Las Palmas a las once de la noche en carruajes que ya estaban dispuestos por mediación del Alcalde Sr. Navarro. Ante la imposibilidad de que todos marcharan a Las Palmas por la carencia de carruajes fue preciso que muchos de ellos pernoctaran en las Salinetas en la casa de D. José Naranjo que la ofreció desinteresadamente. También se presentó esa noche en Telde el vice-cónsul inglés  D. Roberto Houghton.

No era posible, ni por las circunstancias de algunos de los pasajeros ni por los carruajes que podían utilizarse el que todos marchasen a la Capital en la expresada noche, siendo preciso a la mayor parte de aquellos pernoctar en las Salinetas en la casa de D. José Naranjo, ofrecida al efecto desinteresadamente por este señor a cuantos desearon y les fue necesario quedarse. Poniendo a disposición de los matrimonios todas las camas  de su casa incluso la suya propia, al tiempo que se mataron gallinas para su alimento, dándose el caso de la desaparición  de algunos vasos y cucharillas de plata.

            El día 14, el vapor inglés  Teuton que había partido desde Southampton con destino al Cabo de Buena Esperanza se encontraba  el puerto de Las Palmas con la orden de recoger a los náufragos del América. Enterado su Capitán por el Práctico de lo sucedido al Senegal, siguió inmediatamente hacia el Sur con intención de prestar auxilio y salvar el cargamento. Gran cantidad de gente de Telde y Las Palmas  se había agolpado en la playa para ver el vapor embarrancado, el cual por sus dimensiones y por ser un suceso extraordinario, había excitado la curiosidad de todos. La rapidez con que el Teuton se acercaba al barco embarrancado que parecía como si estuviera fondeado, produjo la alarma de los curiosos ante el temor que también embarrancara; comenzando  a dar gritos y hacer demostraciones del peligro que corrían por lo que  retrocedieron alejándose del lugar, poniendo rumbo al puerto de Las Palmas donde fondeó y recibió a los náufragos a excepción de cinco  españoles, entre ellos un sacerdote y un médico procedentes de Fernando Poo.

Posteriormente el consignatario  D. Juan B. Ripoche, desde  que tuvo noticias del siniestro, envió al sitio de la catástrofe lanchones para aligerar el buque, y cuanto era concerniente a los que dentro de sus facultades pudo verificar. El cargamento se trasladó a los buques locales  La Ana y Las Palmas. El vapor, aligerado de su carga adquirió más movimiento consiguiéndose su flotabilidad, encontrándose en relativo buen estado, contra la creencia general de que estuviese completamente inútil.

Después de  terminada la reparación de su avería permaneció once días fondeado muy cerca de del muelle, tomando carbón y el resto de la carga que había conducido desde la costa de África. En la noche del día 30 de Junio partió para Liverpool.

El periódico inglés “The Times” se hizo eco de la noticia en el sentido que los náufragos no fueron bien atendidos, por lo que desde un periódico local se les exigió la correspondiente rectificación en el mes de Junio.

El Senegal volvió a naufragar siete años más tarde en aguas de la  Guinea Española.

 

 

El Ville de Pará    

 

Siguiendo en orden cronológico los naufragios provocados por la llamada Baja o Bajo de Gando, continuamos  con la narración del naufragio del buque francés Ville de Pará, y al igual que lo expuesto con el Senegal, lo hacemos en forma de simple relato, manifestando después del tiempo transcurrido el interrogante de como un pequeño accidente marino en las costas de Gran Canaria, conocido y señalizado, ha provocado tantos hundimientos y consecuentemente, pérdida de  vidas.

 

Características y ruta

 

El vapor   Ville  de Pará  era propiedad  de la empresa Chargeurs Reunis (Cargadores Reunidos), cargaba 1.699 toneladas y hacía su tercer viaje del Havre a Pernambuco, encontrándose al mando del capitán Laperdrix. Conducía  sacos de  correspondencia y llevaba como cargamento en su mayor parte vino, así como un gran número de pasajeros; entre ellos se encontraba  el cónsul francés en Pernambuco. Partió del Havre el día 2 de Octubre de 1884,  habiendo hecho escala previamente en Lisboa.

 

Curiosidades

 

Entre las curiosidades que viajaban a bordo del Ville de Pará, se encontraban siete cuadros del pintor y artista brasileño Benedicto Calixto, que nunca fueron recuperados del naufragio. Los cuadros pintados por este artista posiblemente formaron parte de la decoración del vapor.

 

El naufragio

 

Amanecía  un sábado 10 de Octubre, cuando el vapor  Ville de Pará  navegaba  tan cerca  del muelle de Las Palmas, casi junto a las embarcaciones allí ancladas, que el  práctico salió en su busca en la creencia que iba a fondear. Sin embargo el buque siguió para el Sur siempre a corta distancia de la costa. Cuando pasaba por las cercanías de la Península de Gando, siendo  aproximadamente la nueve de la mañana, tropezó en la fatídica Baja de Gando, situada apenas a una milla de la costa, a pesar de estar universalmente reconocida en las cartas de navegación y en la tranquilidad de un mar en calma. Unos marineros que pescaban en el Ancón escucharon el descomunal ruido que produjo el choque, después del cual vieron echar los botes y pasar a ellos gente muy deprisa. Como consecuencia del encontronazo el barco estuvo embarrancado sobre el escollo marino y aprisionado entre sus rocas unos tres cuartos de hora dando grandes vaivenes. Ante tal circunstancia se procedió a su desalojo. En este espacio de tiempo dio lugar  a que se salvara casi todo el pasaje que iba a bordo, incluso las señoras  aparecieron expresamente vestidas para embarcar en los botes  del buque.

De tierra habían salido  precipitadamente para prestar auxilios, los botes de Francisco Morán, José Toribio Negrín, José Agustín, José Peña Suárez, Antonio Medina, Antonio Flores, Manuel Jerez y Francisco Martín Sanjuán. Estos botes recogieron a varias personas que habían caído al agua, entre ellas la camarera de a bordo que luchó largo rato con la corriente, salvándose sin más ropas que   unas enaguas y un saco.

Desde tierra se dio la voz de alarma y salieron algunos barquillos de pescadores  de la zona lográndose poner a salvo casi todos, contabilizándose 67 personas entre pasajeros y tripulantes de los cuales 18 eran de primera clase, 5 de tercera y  44 tripulantes.

El Capitán, en su afán de conseguir que su barco siguiera a flote forzó la máquina, logrando arrancar  el buque y salir de la roca, pero  debido al golpe y por haber sufrido graves averías durante el tiempo que permaneció embarrancado, penetró en el interior del vapor gran cantidad de agua; resbaló sobre el banco, sufriendo una inclinación de proa sumergiéndose rompiendo el palo mayor, y levantándose de popa  hasta quedar casi en posición vertical desapareciendo instantáneamente en el fondo de las aguas a una profundidad de 20 brazas. Al producirse el hundimiento estalló la máquina del vapor, lanzando a gran altura varios bultos del cargamento con una masa enorme de agua.

En el momento de hundirse se encontraban  a bordo el Capitán, el médico Mr. Parfait y el panadero Mr. Mandoi, estos últimos habían vuelto  después de haber sido recogidos por las lanchas, con objeto de salvar el botiquín y recoger papeles, pereciendo ahogados cuando el buque se hundió, siendo las dos únicas víctimas del trágico suceso. Sus cadáveres buscados posteriormente no pudieron ser encontrados. El capitán Laperdrix logró salvarse después de luchar mucho tiempo con las olas al ser avistado por la tripulación del bote del marinero Manuel Jerez, cuando el  tripulante, un muchacho llamado José Santana Negrín, lo asió por una mano en un momento en que subió a la superficie.

 

La atención a los náufragos

 

El alcalde de Telde, D. Rafael Zumbado, que había bajado  a la Playa de Gando al conocer la noticia, en unión de uno de los facultativos de aquella ciudad, D. Antonio Calderín,  como era preceptivo detuvo el desembarco de los náufragos hasta recibir las órdenes del Delegado del Gobierno, toda vez que  el Ville de Pará venía de un puerto de Francia cuyas procedencias estaban sujetas a tratamiento sanitario, para evitar así  posibles contagios. También llegó a conocimiento de la autoridad gubernativa, ordenando  salir para el sitio de la catástrofe al Secretario de la Delegación D. Arturo López y el Director de Sanidad Sr. Grau, los cuales fueron acompañados por un oficial y cinco guardias provinciales, llegando a Gando alas 5 de la tarde. En el acto se ordenó el desembarco de los náufragos con las oportunas precauciones, aislándolos completamente, lo mismo a los marineros de tierra que habían ido a salvarlos, formándose un cordón sanitario por los guardias provinciales y por agentes del Ayuntamiento de Telde. La distancia a que se encuentra la Playa de Gando y la carencia de medios dado lo avanzado de la hora, a punto de caer de la noche, impidió que se le prestasen los auxilios de camas y aparatos para levantar algunas tiendas de campaña apelando en tales circunstancias a las lanchas y velas de buques para resguardarse de la intemperie de aquella noche. El Director de Sanidad y Médico de Telde facilitaron a las señoras las ropas que llevaban. También había llegado al lugar  D. Juan B. Carló, representante de de la aseguradora Lloyd`s, acompañado de otras personas. Se repartió entre los náufragos: pan, leche, queso, vino, tabaco y otros.  Los náufragos no pudieron salvar nada de sus  equipajes, ni tan siquiera los documentos más indispensables de a bordo, y sólo cuando reventaron las calderas salieron algunos equipajes y otros efectos del cargamento que llevaba el vapor. De la correspondencia  pudo salvarse cinco sacos pequeños, tres de ellos fueron hallados por los pescadores, uno de ellos de  nombre de José Toribio, y los dos restantes los encontró en el agua el Director de Sanidad, Sr. Grau, en uno de los reconocimientos que practicó en busca de los náufragos que habían desaparecido. Una vez en tierra los cinco sacos se abrieron, fumigándose y ventilándose la correspondencia durante un día y encerrándose luego en tres sacos impermeables.

El Secretario de la Delegación que había llegado a Gando sobre las 11 de la noche, al tener  conocimiento que el buque era francés  indicó a la familia del Vice-Cónsul que se hallaba en la Villa de Arucas, le avisasen inmediatamente para que bajara a Las Palmas y tomara las disposiciones oportunas; éste, fletó la goleta Inés surta en la bahía  con las provisiones necesarias para la conducción de los náufragos al Lazareto del Puerto de la Luz donde habían de completar los siete días de cuarentena impuestos por la ley, después de descartarse su alojamiento en la casa de D. José Naranjo, previo su permiso en las costas de Melenara. El comandante del buque de guerra francés  Talismán que se hallaba fondeado en  Puerto de la Luz, al enterarse del suceso  salió para Gando a las 11 de la mañana casi a la misma hora en que lo hizo el Inés, no sin antes haber escrito a la autoridad gubernativa pidiéndole autorización para ir al expresado punto a comunicar con los náufragos. El Talismán llegó a Gando a las 3 del domingo y en la misma tarde recogió a los  náufragos en completa incomunicación, en presencia del Vice-Cónsul, del Alcalde de Telde y del Director de Sanidad, que aún permanecían en las Playas de Gando, regresando por la noche al Puerto de la Luz. El Inés condujo algunos tripulantes y los botes del vapor Ville de Pará. Dispuesto con anterioridad el lazareto de observación, por el dueño del Hotel Europa para el alojamiento de los náufragos. En presencia  de los funcionarios de sanidad, se verificó a las 11 de la mañana del día 13  en el Puerto de la Luz el desembarque y traslado al Lazareto; despejado previamente el muelle de la Luz y escoltados por la falúa de Sanidad se dirigieron en cuatro botes al último desembarcadero, donde se encontraba el Director de Sanidad y el médico D. Antonio Jiménez en funciones de auxiliar de la citada Dirección. El ingreso en el Lazareto del Puerto de la Luz   se realizó con el mayor orden. De los 64 náufragos internados, el  tercer oficial se hallaba con una grave contusión en  un costado.

       Fue tal  la novelería despertada que el paso de los náufragos por Triana tuvo carácter de apoteosis.

Sorprendió en la opinión pública la actitud de la goleta de guerra española  Ceres, que encontrándose fondeada en el Puerto de la Luz no salió  a prestar los auxilios necesarios, a pesar de que su capitán ofreció su ayuda a las autoridades civiles y de marina.

 

Los sufridos marineros de Gando

 

Los marineros de Gando en número de unos 23 que socorrieron a los náufragos y los condujeron a la playa, quedaron en Gando incomunicados en un lazareto provisional, cumpliendo cuarentena, vigilados por la fuerza de la guardia provincial, y a cargo del Facultativo de Telde, Sr. Calderín. El  Delegado del Gobierno encargó al Alcalde de Telde que les enviase cuanto fuera preciso para su sostenimiento. Lamentables fueron las penalidades que sufrieron  todo el día 11 en los botes sin poder desembarcar en virtud de precauciones sanitarias, extremándose la  noche del 11 al 12, No encontrando donde albergarse por el aislamiento de la playa de Gando y careciendo absolutamente de recursos. Las mujeres la pasaron en una tienda que se formó con la vela de un bote y los hombres  alrededor de una gran hoguera. Por si esto no fuera bastante y apenas entrada la noche comenzó a llover hasta las 4 de la mañana, cesando a esta hora para reproducirse con algunos intervalos durante el día siguiente.

No termina aquí el calvario de los infelices marineros, pues a los dos meses y medio del naufragio se encontraban presos varios y algunas mujeres por haber tomado efectos del vapor  arrojados a las playas, habiéndose instruido causa  por la Comandancia de Marina.

 

La noticia en el Ingenio

 

A los dos días de ocurrir el naufragio se celebra sesión plenaria en el Ayuntamiento vecino del Ingenio bajo la presidencia de su Alcalde D. José Pérez  Pérez,  y la Junta de Sanidad, con motivo de haberse pedido socorros alimenticios para los náufragos del vapor que se embarrancó en la baja de cuchilla que existe entre el Roque y la montaña llamada de Gando, donde  se habló sobre que algunos bultos de su cargamento  flotaban  por el mar, y estaban pronto que salir a las playas. Ante la sospecha  que el vapor procediera de algún punto infestado por el cólera morbo y para impedir que ninguna persona tuviera contacto con objetos procedentes del barco naufragado al salir por las playas de la jurisdicción, acordaron poner vigilantes en la costa, mandando para ello ocho hombres del pueblo y cuatro del Carrizal, los cuales serían relevados cada 24 hora, con la misión la vigilar y evitar el contacto con los efectos procedentes del vapor. El día 19  se suspendió el retén.

 

Los objetos depositados en la costa

 

El 27 de Diciembre fueron entregados por Sebastián Herrera Vega en la Fiscalía de Marina objetos hallados en la Playa de Mogán y que se supone procedían de naufragio del Ville de Pará: una leontina de oro con guardapelo con una C. y una S. enlazadas; un reloj de oro remontoire con las mismas iniciales; una sortija con dos perlas y seis diamantes montados en plata; cuatro botones de oro para camisa; un par de gemelos de carei para camisas con dos coronas de oro incrustadas; tres coronas de plata sobredorada para Santos; dos diademas de la misma clase y metal que las anteriores; un reloj de plata remontoire; un par de gemelos de cobre para camisa; cinco botones de condecoraciones, inútiles; 192 francos en distintas monedas; un libro en octavo, escrito en portugués de Víctor Hugo titulado Homen que re; un diccionario portugués en mal estado; tres cepillos para dientes, dos nuevos y uno usado; un cepillo para el pelo.

Localización  del pecio

A escasa distancia de la Baja y de la Bahía de Gando, a unos 40 metro de profundidad

Latitud: 21° 8' 21.4296'' N; Longitud: 15° 23' 22.6104'' W; Profundidad: 40 m.

Las consecuencias

           

Después de este naufragio y con el precedente del Senegal se levantaron muchas voces en demandando la colocación de una boya de campana en el bajo de Gando, dirigiéndose quejas  al ministro de Marina y a la Dirección de Hidrografía.

           

El Alfonso XII

 

El hundimiento del Alfonso XII, como consecuencia de la avería sufrida al colisionar  con la Baja de Gando, es, sin duda, el  que más relatos ha suscitado de cuantos barcos naufragaron en las costas de Telde, por distintos motivos: su envergadura, la nacionalidad española,  pero sobre todo el oro que transportaba y que posteriormente despertó la codicia de muchos.

 

Características del barco

           

El vapor correo trasatlántico Alfonso XII era uno de los mejores buques españoles de su época, orgullo de la marina comercial, tuvo una vida efímera de tan solo nueve años. Fue construido en los astilleros Sres. Wm. Denny hermanos, de  Dumbarton (Escocia), en 1876 por encargo de A. López y Cía.  Siendo sus medidas: 106,67 m. de eslora, 11,58 de manga, 8,53 de puntal. Desplazaba 4.892 toneladas, alcanzando una velocidad de 13 nudos. Su costo final fue 62.878 libras esterlinas. Estaba aparejado con tres palos y en su proa figuraba un precioso mascarón con la efigie del monarca D. Alfonso XII.

Los techos y las puertas eran de cristal con dibujos de flores; los  sofás estaban forrados de terciopelo verde y rojo, estando los camarotes de primera clase provistos de timbres eléctricos para llamar al servicio. Tenía capacidad para 178 pasajeros en primera clase, 68 en segunda y muchos más en tercera. Su adelantada técnica y vistosidad despertaba la admiración popular.

Se botó el 18 de Octubre y fue entregado  el 15 de Diciembre de 1875 a la Compañía Trasatlántica. Su primer viaje lo inició el 3 de Enero de 1876. Había realizado en muchas ocasiones las más atrevidas y peligrosas pruebas de mar resistiendo varios ciclones sin haber sufrido la menor avería.

            Por su bella, elegante y sólida construcción y ser el primero entre los de su clase, se le dio el nombre del monarca que reinaba en España en esa época.

El vapor no estaba  asegurado; la Compañía Trasatlántica no aseguraba jamás a sus barcos.

En el momento de su hundimiento transportaba  260 personas.

 

El lugar del naufragio

 

Ampliando datos de capítulos anteriores sobre el lugar del naufragio, la Punta de Gando se halla situada a los 27º 56’ 15’’ de latitud norte y 9º 8’ 45’’ de longitud occidental de San Fernando, según los planos de la Dirección Hidrográfica. La fatídica baja de Gando está situada al N.E. de dicha punta a poco más de una milla de distancia de la misma, y  a unas 15 de Las Palmas. Era práctica constante en los marinos pasarla a 5 millas.

 

El hundimiento

 

Tan solo cuatro meses después del hundimiento del Ville de Pará, la baja de Gando iba a ser de nuevo el verdugo del mayor de los trasatlánticos que por entonces visitaban el Puerto de Las Palmas. Fue un 13 de Febrero de 1885 (curiosamente en el momento de redactar este reportaje se cumple el 125 aniversario). Había salido de Cádiz el día 10 y  por sexta vez  visitaba la isla en su escala para América (Marzo y Septiembre de 1882; Febrero, Mayo y Septiembre de 1883, y esta sexta en la que encontró su fatídico destino).   Fondeó en dicho puerto a las siete de la mañana con 124 tripulantes y 133 pasajeros de tránsito, con cargamento de 500.000 duros que el gobierno enviaba para las atenciones del Tesoro de Cuba además de  83 sacos de correspondencia.

Verificada las faenas marítimas de carga y descarga, habiéndose provisto de víveres y de tomar 11 pasajeros para la isla de Cuba y despachado definitivamente para Puerto Rico y la Habana, zarpó a las 3 de la tarde, sin la mayor novedad con un tiempo magnífico y mar bonancible. A una velocidad de unas 12 millas por hora, cruzó  la bahía navegando a corta distancia de tierra. A poco de partir había sonado la campana que llamaba al pasaje a acudir al comedor, al que bajó el Capitán quedando sobre el puente varios oficiales. Sobre las cuatro de la tarde, un estremecedor  crujido resonó en toda la base del barco, éste había chocado de forma violenta contra la Baja de Gando; en seis segundos, los que duró el crujido, el pánico cundió en el pasaje. Brevísimo instante de estupor y luego el miedo se dejó sentir a bordo acompañado de la confusión general. Por efecto del choque, el barco retrocedió de forma violenta para seguidamente inclinarse de proa, mientras el agua inundaba la bodega; pese a su envergadura, se mantuvo a flote unos 50 minutos. El desconcierto reinaba a bordo mientras la inclinación del barco iba siendo cada vez mayor. Hombres, mujeres y niños se abalanzaban sobre los botes salvavidas con la única meta de salvar sus vidas, sin hacer caso de las indicaciones del capitán que pedía serenidad a los ocupantes del barco. Los desesperados navegantes no atendieron ni siquiera a las amenazas del responsable del vapor y desordenadamente lo hacían como podían con los salvavidas, unos sobre otros, corriendo de un lado a otro, aumentando  aún más la confusión reinante.

Se distribuyen  entre los pasajeros numerosos salvavidas, abalanzándose  a los botes marineros y soldados; uno de los botes, lleno,  se sumerge apenas cae al mar debido a que le faltaba el espiche, olvidado a causa de la precipitación; otro por igual causa  estuvo a punto de hundirse si los náufragos no achican el agua que lo anegaba. Los demás llegan a la playa sin contratiempo; vuelven a bordo y se llenan con nuevos náufragos. Algunos pasajeros se arrojan al agua por no ser admitidos en los botes. Mientras, el Capitán se esfuerza  y amenaza para que sean salvados primero mujeres y niños, pero sus desesperados gritos no podían encontrar oídos en quienes procuraban antes que nada la salvación propia. Muchos prefieren tirarse al agua con salvavidas ante la imposibilidad de descolgar tres botes que quedaban a bodo por su impericia. El pánico aumenta ya que el vapor sigue hundiéndose de proa mientras se desplaza hacia el Sur. Al igual que ocurrió con el Senegal y Ville de Pará acuden en su ayuda siete u ocho lanchas tripuladas por pescadores de Gando.

            Un pasajero que viajaba con su hijo de unos cuatro o cinco años de edad viendo que ambos no encontraban cabida en un bote se colgó de la borda del vapor con una mano y con la otra suspendió al niño por un brazo para que lo recogieran los del bote, mas, éste se alejó y el pobre padre con un desesperado esfuerzo colocó a su hijo sobre la borda para tener libre la mano con que hacer señas a los pescadores a fin de que vinieran en su socorro ofreciendo el dinero que llevaba en el bolsillo, para que salvaran a su hijo. El  profesor de canto D.  Rafael Vitadini, ciego,  se hallaba tocando el piano y tuvo que sacarle en brazos el Capitán. Un joven de unos 18 años que se arrojó al mar para ganar a nado la playa fue salvado por una de las lanchas de pescadores al asirse a uno de los remos cuando estaba a punto de ahogarse. A pesar de lo aparatoso del suceso no hubo desgracias personales  y de las 260 personas que componían la  tripulación y pasajeros tan solo el mayordomo del barco se produjo heridas en las manos provocadas por el roce de la cuerda de un pescante, al que se añade un pasajero que sufrió una fuerte contusión en una pierna. Atrás quedaron los efectos personales.

            Se reconoce al Capitán y a la  oficialidad del vapor-correo los esfuerzos que hicieron para salvar el pasaje. En los últimos botes se embarcó la tripulación. El Capitán estaba tratando de  salvar la correspondencia, cuando la rápida inclinación  del buque le obligó a seguir los consejos de la marinería que le gritaba se pusiera a salvo, siendo el último en abandonar el Alfonso XII.

A los 45 o 50 minutos de producirse el choque, el Alfonso XII se hundía totalmente, llevándose consigo su valiosísimo cargamento y la correspondencia oficial y  pública, quedando convertido en pecio a una profundidad de 29 brazas.

 

La noticia

 

Una vez  que el vigía de la  Isleta dio aviso de que un vapor de tres palos había encallado en la Baja de Gando sobre las cuatro de la tarde, la gravísima noticia circuló por la población con la rapidez del rayo.

Tan pronto como la casa consignataria tuvo noticias del siniestro, el Marqués de Comillas, propietario de la misma, que se encontraba en Madrid se dirigió al agente de la Compañía en Las Palmas, D. Juan Bautista  Ripoche con un telegrama en el que le indicaba que se pusiera de acuerdo con el Capitán del buque y las autoridades de Marina para que por cuenta de la Compañía se hicieran inmediatamente todos los esfuerzos  para salvar la correspondencia, en primer lugar, y en segundo los caudales y la mercancía. Se le ordenaba también hacer un reconocimiento minucioso del lugar del naufragio, fletando  una embarcación a cualquier precio y si fuera posible salvar el casco del barco sin omitir gastos. También encarga se consulte a los pasajeros si desean volver a Cádiz en el vapor correo del 23 por cuenta de la empresa, o esperar aquí otro vapor que los conduzca a Cuba.

Antes había telegrafiado la misma Compañía al mismo agente para que le facilitara pasaje gratis al punto donde quisieran dirigirse los viajeros.

 

La acogida a los náufragos 

           

            La playa de Gando ofrecía  un espectáculo conmovedor, cuando reunidos  todos los náufragos, se abrazaban unos a otros llorando.

            Al lugar llegan algunas personas de los alrededores, entre ellos D. Avelino   y D. Esteban Pastrana desde su finca en Silva, donde habían observado el siniestro, ofreciendo albergue en su casa a los náufragos. También llegó a la playa D. José Naranjo. Era ya de noche cuando se pusieron en marcha para Telde, entre ellos el Capitán, algunos oficiales, el capellán, mujeres y otros pasajeros y tripulantes que fueron colmados de atenciones y agasajos. El vecino de Telde D. Silvestre Ojeda, condujo a su casa a los demás que en grupos de 20 o 30 llegaban a aquella Ciudad dándoles alimentos y ropas, y lecho al mayordomo herido y a dos jóvenes a quienes el entumecimiento de las piernas les imposibilitaba para andar.

Los tenientes de la guarnición D. Domingo Díaz y Pérez y D. Francisco Rosa y Falcón llegaron a su encuentro en medio de aquellos barrancos a pie y llevando algunos faroles prodigando palabras de consuelo, facilitando sus capotes y ofreciendo hasta su calzado a los que ateridos de frío y con los pies ensangrentados apenas tenían fuerza para continuar tan penosa marcha, acompañándolos, buscando en Telde alojamiento para todos. También dieron hospitalidad  los Sres. D. Pablo de Cabo y D. José Benjumea. Al mismo tiempo  el alcalde de Telde Sr. Zumbado hacía las gestiones pertinentes.

            El Sr. Ripoche dispuso saliesen en carruaje para Telde dos de sus dependientes, al propio tiempo que el  Comandante de Marina se dirigía también a Gando. Cerca de las 10 de la noche llegó el carruaje con el representante de la casa consignataria

            Desde la hospitalaria ciudad de Telde los náufragos se dirigieron a Las Palmas, en carruajes que al efecto les fueron facilitados por la Agencia de la Compañía. De manera generosa el doctor en medicina y cirugía D. Miguel de Rosa y el gerente de la farmacia de las  Hermanas Vernetta se apresuraron a verificar la cura de muchos de los náufragos, heridos al abandonar el vapor y los generosos ofrecimientos de una señora forastera que se albergaba en el hotel Europa y que puso a disposición de los náufragos todos los recursos, facilitando ropas, calzado y todo lo indispensable a una pobre señora con cuatro niños, que, como los demás, perdió cuanto tenía.

La autoridad gubernativa telegrafió a los Sres. Ministros de la Gobernación y Gobernador de la Provincia participándoles la catástrofe. También se pusieron telegramas particulares a Cádiz y Madrid, tanto por el Consignatario del vapor como por algunas otras personas.

            El profesor de canto Sr. Vitadini, que hizo sus estudios en el conservatorio imperial de Berlín obteniendo el 1º premio de composición y canto y que poseía una hermosa voz prometió dar un concierto en Las Palmas.

 

Los pescadores         

 

Una vez más, los sufridos pescadores de Gando fueron los primeros que se aprestaron con sus botes a socorrer a los desgraciados náufragos, sin que su esfuerzo fuera suficientemente reconocido, si bien, un grupo de náufragos, a través de las páginas de un periódico reconocieron su arrojo y abnegación. La viajera Olivia Stone en su relato “Tenerife y sus seis satélites” indica que los náufragos fueron trasladados a Las Palmas y los trataron con toda hospitalidad, aunque dicen que los vecinos de Gando fueron bastante insensibles a la hora de atenderlos.

 

Las contradicciones

 

Al júbilo de los vecinos de la isla, propiciado por los carnavales a  celebrar esos días, se unió el desconcierto y la confusión ante lo contradictorio de las noticias llegadas, y la confrontación  entre las islas, cuando algún periódico extranjero publica que el naufragio se produjo en Tenerife. Réplicas y contrarréplicas entre la prensa de Santa Cruz de Tenerife y las Palmas al ponerse en entredicho la seguridad de las costas de Gran Canaria. La prensa de Madrid  comentó  que el siniestro pudiera haberse producido por el choque con un barco surgido en esa misma ruta por efecto de perturbaciones de la costa submarina, relacionados con los terremotos de Andalucía. Mientras que otros comentaban que el choque ocurrió en una roca de “origen prehistórico”. También hubo confusión con respecto al nombre del Capitán que en un principio se atribuyó a D. Juan Román Leuzón siendo D. Juan Herrera el que lo mandaba.

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El oro  y su rescate

 

En el momento de su hundimiento se encontraba en la Santa Bárbara del buque diez cajas precintadas que contenían 500.000 duros en oro (diez millones de reales en metálico), producto del último empréstito para Cuba, remitido a la Habana  por el Ministro de Ultramar para atenciones de la Isla. La remesa estaba asegurada por varias casas de París, a las que se pagó una alta prima, por mediación de la Compañía Trasatlántica.

Desde el día 17 era esperado en el puerto un vapor de la Compañía a recoger los náufragos, y la llegada de otro con los aparatos y buzos necesarios para  descargar  los 500.000 duros y lo que fuera posible.

A principios de Marzo se presentaron en Gando  las Comisiones Facultativas y de seguros marítimos con objeto de explorar con los buzos que les acompañaban la posibilidad de sacar a flote el casco del vapor y extraer los caudales del tesoro español.

            El resultado de las exploraciones acusa la imposibilidad absoluta de poder salvar el casco del vapor, a causa de la profundidad a que se encontraba. Con respecto a los caudales, si bien  ofrecía gran dificultad  la operación de extraerlos, éstas no eran del todo punto insuperables, puesto que existía el recurso de apelar a la dinamita aplicada a la cubierta del vapor, con el fin de quedar expedito el descenso hasta la Santa Bárbara.

            El día 8 salió para Cádiz uno de los buzos de reconocimiento, proyectándose nuevas inspecciones por las Comisiones Facultativas y  seguros marítimos.

El esfuerzo de los buzos  fue estéril y la leyenda de las cajas de oro se extendió por la ciudad alimentando tertulias de bochinches y plazas. Nuevos buzos esta vez llegados de Inglaterra, arribaron al  Puerto para sacar las cajas de oro, ordenando el propietario que, si era preciso, el trasatlántico fuera dinamitado para poder acceder a él.

El equipo de buzos  empleó una perforadora que abrió brecha en uno de los castillos y por ese hueco, sacaron nueve de las diez cajas de oro, donde se guardaba en su interior las diez cajas de oro intactas y que dotadas de un material herméticamente cerrado, el agua no llegó nunca a penetrar. Tal y como se acuñaron las monedas en Madrid se recogieron, pero con la sorpresa de que del lote de la decena faltaba una unidad de la que nunca más se supo.

La Compañía de seguros marítimos había enviado al lugar del siniestro a tres de sus mejores buzos llamados Lambert, Tester y Davies, los cuales lograron extraer nueve cajas con su contenido intacto. Pero Lambert, de corpulenta constitución, contrajo una parálisis, si bien, parece que más tarde se pudo curar, y en una segunda expedición organizada para recobrar la décima caja, Tester perdió la vida.  Una compañía alemana quiso intentar el salvamento de la décima caja, ofreciendo como sueldo un cincuenta por ciento de su valor, sin otra recompensa, pero los buzos juzgaron la profundidad demasiado grande y la empresa quedó abandonada.

 

La leyenda del tesoro

 

La noticia que una de las diez cajas de oro no había sido encontrada se extendió como la pólvora alimentando la fantasía popular e incrementando el número de buscadores de oro improvisados, que osaban acercarse al Alfonso XII con los más variados sistemas de detección. Platos, tazas, faroles, campanas, camafeos y alguna que otra joya componen desde entonces las vitrinas de más de un buceador que ha logrado acceder al Alfonso XII.

La búsqueda posterior de la misteriosa caja por todo el buque resultó infructuosa. Las barricas de vino que transportaba quedaron destrozadas, quizás por efecto de las cargas explosivas. Se extrajo  unos cañones de bronce  y que no se sabe  cuál fue su destino; posiblemente pasaron a la Casa de Colón, y ésta los transfirió a la fortaleza Museo de La Luz.

 

Proceso al Capitán

 

En 1890, ante el Tribunal de Marina del Departamento de Cádiz y por Consejo de Guerra celebrado en San Fernando fue vista y fallada la causa instruida con motivo del naufragio del vapor de la Compañía Trasatlántica Alfonso XII. El capitán Herrera, que lo mandaba, fue  sentenciado a la pena de un año de suspensión en el mando de buques.

 

Epílogo

           

El “Alfonso” (como es conocido en la actualidad por los pescadores), convertido en pecio, completamente desmantelado, duerme su sueño eterno en  aguas de Gando, habiéndose transformado en un arrecife artificial, recibiendo de vez en cuando la visita de submarinistas.

El misterio de la décima caja continúa; y la “Baja”, cual misteriosa sirena, seguirá atrayendo a cuantos Ulises en su regreso a Ítaca, osen acercarse.

 

 

El Spider

 

Comparado con el resto de los naufragios de esta serie, el que nos ocupa no es el de los más importantes en cuanto a la envergadura del barco y pasaje, pero no por ello deja  de tener un lugar en la historia de los siniestros marinos, máxime si tenemos en cuenta el denominador común de todos: la enigmática baja de Gando; en este caso llena de extrañas casualidades que  harían buscar una explicación  a aquellos que puedan ampararse en hechos sobrenaturales, cual “Triángulo de las Bermudas” para justificar tantos hechos inexplicables y que pensamos fueron debidos  a un cúmulo de fatalidades, y errores humanos. En cuanto a los oscuros intereses comerciales relacionados con los seguros y que tanto se comentaba en los momentos de algunos naufragios, corresponde a los investigadores históricos poner las cosas en su sitio.

 

El Spider 

 

En las  noticias marítimas comerciales de Mayo de 1887, se anunciaba: “Llegada el día 2 del vapor inglés “Spider” procedente de Swansea a la consignación de los Sres. Miller y Ca con destino a Sierra Leona”.

El Spider era un pequeño barco mercante de vapor inglés de muy nueva construcción. Desplazaba 1.148 toneladas y llevaba un pasaje de 18 tripulantes y 3 pasajeros en tránsito. Llevaba  un cargamento de carbón vegetal y cajas de ron y ginebra. El barco llegó a reponerse de carbón, aguada  y renovar víveres. En viaje desde Swansea (País de Gales), se dirigía para  la Costa Occidental de África con escala previa en el puerto de la Luz.  Estaba al mando del Capitán Mr. Peterkin.

 

El naufragio

 

Apenas había transcurrido dos años del último naufragio del coloso  Alfonso XII, produciéndose el accidente casi a la misma hora; y si aquél coincidió con los Carnavales, éste lo era con Semana Santa, acontecimientos sociales y religiosos muy arraigados en la isla, para aquellos que quieran buscar en estos fatales sucesos algo más allá de lo   estrictamente natural y humano.

El 2 de Abril de 1887 tuvo su arribada al Puerto de Las Palmas y una vez fondeado, durante la mañana la tripulación se encargó de realizar las faenas descritas para preparar su partida de nuevo.

Una vez terminadas sus labores  y siendo las dos y treinta de la tarde de un fatídico sábado, el Spider zarpó del Puerto de Las Palmas, en busca de su fatal destino.

Al pasar frente a las costas de la Capital llamó la atención de los que lo observaron por su proximidad a tierra. No obstante como el mar se hallaba extraordinariamente bonancible y a pesar que se recordaba lo sucedido con el Alfonso XII, nadie podía sospechar la tragedia que se avecinaba, si bien se presentía, al barco acercarse a la costa, cuando lo normal es que se alejara.

Al poco de iniciar su singladura, con una marcha lenta, sobre las cuatro de la tarde chocó con la fatídica baja de Gando quedando casi varado sobre el escollo.

A las cinco de la tarde de ese día y como si se repitiera la historia del Alfonso XII, el vigía marítimo de la isleta dio la voz de alarma, anunciando  que un vapor se hallaba parado  y en peligro en el Sur de la Isla, en Gando. La señal fue repetida por el vigía de la ciudad. Se supuso que era el Spider, tanto más cuando los Sres. Miller y Ca consignatarios del buque, reciben a la misma hora un telegrama transmitido por el Puerto de la Luz en el que se les notificaba la señal del vigía de la Isleta asegurando que era el Spider el que se hallaba en peligro, no sabiéndose con certeza lo ocurrido. En efecto el vapor había naufragado en la baja de Gando.

Al poco tiempo el Alcalde de Telde mandó un parte al Delegado del Gobierno manifestando que según noticias de Gando un vapor inglés  había chocado con la Baja, hallándose con averías. Al llegar la noticia acudieron desde el primer momento las autoridades  de Las Palmas a pesar de la distancia. Un inspector de orden público fue enviado al lugar.

Rápidamente acudieron el  cónsul inglés  y  D. Tomás Miller y Wilson en representación de la casa consignataria Miller y Ca. La aseguradora Lloyd de la que era agente en esta isla  D. Juan Bautista Carló, mandó un representante con un remolcador para las tareas de rescate.

Después de chocar, permaneció algunas  horas inmóvil entre dos roques del bajo en posición horizontal (visto desde tierra parecía como si estuviera varado en un astillero), hasta que con la marea baja, poco a poco fue inclinándose de popa llegando a una posición vertical, suponiéndose que el buque se partiría en dos en una segunda marea alta; aunque a las ocho de la mañana y después de quedar sumergido de popa se encontraba casi verticalmente con la proa hacia tierra, teniendo fuera del agua parte de la chimenea. Todas las personas que se hallaban a bordo se subieron cómodamente en las lanchas del vapor.

Los pescadores de Gando que al igual que en casos anteriores habían acudido con sus lanchas para el salvamento, fueron rechazados hasta con violencia por los tripulantes. Se salvó alguna carga, otra parte flotaba sobre las aguas tranquilas de Gando.

Una vez puestos a salvo, pasajeros y tripulantes fueron llevados luego a Las Palmas por el remolcador.

Habían pasado catorce  días desde el naufragio y el Spider permanecía en la misma posición  que quedó desde el principio. En ese tiempo no había podido salvarse   más efectos de la carga que los pocos extraídos los primeros días y cuyo remate  fue anunciado por la Casa Consignataria Sres. Miller y Cía.

 

 

 

El rescate      

 

A principios de Junio era esperado en el puerto un vapor inglés con los buzos y aparatos necesarios para sacar la maquinaria del buque siniestrado, valorada en unos 60.000 duros. A mediados de Junio se encontraba fondeado en Gando  el vapor alemán Newa para facilitar los trabajos a los buzos que trataban de sacarlo.

 

Consecuencias

 

Inmediatamente se empezó a comentar y hacer cábalas sobre la necesidad de hacer volar la baja con dinamita o poner boyas de campana para evitar estos lamentables sucesos. Como en casos anteriores se presentaba el siniestro como anómalo e inexplicable. En algunos círculos se llegó a comentar que el hecho de que los capitanes de buques naufragados  estuviesen comentando momentos antes  de su partida de Las Palmas  la existencia de la “Baja”, la fatalidad los conduciría hasta allí, como si se tratara de un reto del hombre a la naturaleza,  quedando también en el aire por la maledicencia que la pérdida del Alfonso XII pudiera tener algo que ver con el oro no encontrado.

De nuevo la prensa de las islas de Gran Canaria y Tenerife  enfrentadas dando cada una la explicación que más convenía. Mientras en Las Palmas se hablaba de hecho “intencionado y malicioso”, en Tenerife se comentaba que era debido a la casualidad o a la impericia. Quedando también en el aire la repetida propuesta  sobre la instalación de una boya de campana, que a toda hora indicase a los navegantes de aquellos mares la proximidad  de aquel peligro - las “boyas de campana” son un sistema de balizamiento acústico que posee una campana o silbato sobre una boya común -. Otros argumentaban que no era precisa, porque romperían la campana. Se hablaba de un problema entre dueños y casas aseguradoras quedando atrás el motivo principal y la prevención de nuevos naufragios, llegándose a comentarios despiadados y crueles que sólo alimentaban  el morbo de algunas mentes calenturientas. Un periódico satírico publicó  que  habían  celebrado una conferencia en la baja de Gando, el Alfonso XII, el Ville de Pará y el Spider, con asistencia del Senegal.

Estando el “bajo” en el vértice de un cuadrante entre la Punta y el Roque de Gando y por tanto muy próximo a la costa de la isla y siendo la obligación de los barcos navegar a cinco millas resultaba del todo inexplicable el hecho. Además: mar bonancible, cuatro treinta de la tarde, señalización en cartas marinas, precedentes de otros naufragios y con la proa a tierra; no se puede explicar técnicamente.

Sin apagarse los ecos   del naufragio del Spider, en Junio llegaba la noticia del hundimiento del vapor Senegal del que hablamos en el primer capítulo de esta serie, cuando haciendo su servicio entre  Liverpool y la costa oriental de África se había perdido completamente en aquella costa. La tripulación pudo  salvarse pero el cargamento fue presa de la rapacidad de los indígenas. El Senegal que había quedado herido en 1880 en la baja de Gando, terminó por morirse siete años después.

 

La responsabilidad

 

Algún periódico comentó que probablemente el Capitán quiso hacer estudios del Roque, Punta y Baja de Gando enfilando su buque con la boya que señala el sitio donde se hundió el Alfonso XII y un descuido del timonel no viendo la rompiente del mar sobre la roca, por lo tranquilo de las aguas, no  pudo evitar el siniestro.

Se aseguraba que el Capitán estuvo aquella misma tarde hablando de la “Baja” en el escritorio de la casa de comercio de los Sres. Miller y Cª. Sería para inspeccionar el lugar de la desgracia del Alfonso XII y Ville de Pará de las que se ocuparon el Capitán del Spider y un funcionario de la casa consignataria.

En el aire los interrogantes: ¿No tenía millas de mar para navegar con toda tranquilidad? ¿Con qué objeto se dirigió al sitio? ¿La carta no marcaba el escollo?

La mar se hallaba como una “balsa de aceite”, el barco colocado “como con la mano” (comentarios de la época) sobre el escollo y la tripulación en tierra sana y salva.

Pudo haber tenido alguna relación  la coincidencia, aliada con la fatalidad, la muerte el 31 de Marzo  del buzo inglés  Mr. Tester que trabajaba en la extracción de la última caja con 50.000 duros de los 500.000 que conducía el Alfonso XII. Había bajado al fondo del mar por espacio de 35 minutos con un cabo con el cual trabó un objeto (no se sabe si era la caja del buque), después de un pequeño descanso se sumergió de nuevo habiendo advertido antes a sus ayudantes que tiraran del cabo cuando avisara, pero a los 10 minutos volvió a subir cayendo privado de conocimiento. Al desvanecerse los marineros tiraron del aparejo pero no pudieron sacar nada. Mr. Tester   falleció sin poder dar noticia del resultado de las operaciones. 

¿Acaso el Capitán sabía la noticia y se dirigió al lugar para curiosear? Mr. Peterkin fue procesado por su responsabilidad en el siniestro. En Mayo de ese año el Tribunal Inglés de Marina suspendió por seis meses en el ejercicio de su profesión al capitán del buque Spider hundido en la baja de Gando. El argumento del Tribunal para dictar su sentencia fue el de “imprudencia temeraria”. Una pena casi idéntica a la que se impondría años después al Capitán del Alfonso XII.

El día 27 de Abril se hizo pública la condena impuesta por el Almirantazgo inglés al Capitán del Spider. El Tribunal  no encontró justificado que se acercara tanto el buque a la costa con riesgo de que se estrellara contra las rocas.

Un colega local lamentó la triste consecuencia que el siniestro trajo al experimentado marino, ex capitán del Spider y hacía un llamamiento a los armadores de su país para que no perdieran su confianza.

 

Explicaciones del Capitán del “Ville de Pará” y cónsul francés

 

Las responsabilidades imputadas a los Capitanes de los barcos naufragados y las noticias sobre la inseguridad del Puerto de la Luz al que algunas publicaciones atribuían “la Baja” en su entrada  nos hacen transcribir literalmente las opiniones que en  Mayo de 1887, con posterioridad al naufragio del Spider, enviaron a la opinión pública el Capitán del Ville de Pará  y el cónsul francés.

 

Manifiesto del Capitán Laperdrix

 

“Cuando avistamos Las Palmas en nuestro rumbo a América, las señoras del pasaje  me suplicaron que aproximara el buque a la costa para ver de cerca aquella Ciudad. Un sentimiento de galantería me determinó a complacerlas y nos aproximamos a la bahía, dejando a la derecha el Puerto de la Luz, donde se ejecutan importantes obras para convertirlo en Puerto de Refugio. Este paseo marítimo a corta distancia de la playa se hizo sin novedad y las señoras se mostraban muy complacidas ante la hermosa perspectiva de Las Palmas y ante la importancia de los edificios, que a la corta distancia en que estábamos situados se distinguían detalladamente. Satisfecha la curiosidad del pasaje, seguimos nuestro rumbo y navegábamos  a una milla de la costa, cuando a trece de la ciudad y a quince del puerto de Refugio, chocó el vapor en una baja llamada de Gando que existe a muy pocos centenares de metros de la playa de aquel nombre.

Una parte de la prensa de las islas canarias ha pretendido, alterando las circunstancias del hecho y el sitio del siniestro, perjudicar la importancia del puerto de refugio propalando la especie de que es peligrosa su entrada, pero hombre de honor y de verdad debo afirmar, que ni en la Luz ni en Las Palmas existe el menor peligro para la libre entrada y salida de buques y que el escollo donde chocó el Ville de Pará no tiene nada que ver con uno ni con otro, puesto que está situado a cinco leguas de distancia y a mi ignorancia del escollo la catástrofe que lamento y recomiendo a los capitanes franceses que naveguen con más precaución de la que yo tuve en aquel caso desgraciado, no acercándose imprudentemente a la costa y sobre todo  que sean menos galantes con el bello sexo de lo que yo lo fui al avistar la bella ciudad de Las Palmas.”

 

Manifiesto del Cónsul de Francia

 

“Cumpliendo con las órdenes del gobierno de informarle acerca de las condiciones de los puertos del archipiélago canario, después de atento, detenido examen personal me trasladé a la isla de Gran Canaria para visitar la ciudad de Las Palmas, su capital, y estudiar sobre el terreno su renombrado puerto de la Luz y las obras que se construyen para convertirlo en puerto de Refugio.  He  de confesar         que quedé agradablemente sorprendido. Todo lo que yo sabía por referencia era completamente opuesto a  la realidad de las cosas. La ciudad de Las Palmas es una excelente población, sin duda alguna la más importante del archipiélago por su extensión, por el número de sus habitantes y por sus edificios públicos de que justamente se envanece. El puerto de la Luz inmejorable. Defendido del tercer y cuarto cuadrante por las elevadas montañas de la isla y del primero por una pequeña península denominada la Isleta, sólo está abierto a los vientos del sudeste. Es extenso y de excelentes condiciones. Para cerrarlo y defenderlo del segundo cuadrante se construyen obras de extraordinaria importancia, cuyo coste no bajará de 8 millones de francos. He examinado con exquisito cuidado la instalación para la ejecución de aquellas obras y he de decir que es admirable. Nada se ha escapado para obtener un éxito completo. Se emplean todos los medios de la ciencia moderna. Las maquinarias de vapor centuplican las fuerzas haciendo gran economía de tiempo y la grúa titán para la colocación de los bloques hace su trabajo con admirable precisión. La parte del espigón construido en dirección de norte a sur tiene notable solidez y según los preparativos hechos y los materiales acumulados tardará pocos años en estar terminado. Tendrá una longitud de 1.500 metros. De dirección de oeste a este el muelle del cual hay hechos unos 100 metros, su extensión total será de unos 700. Es indudable que el puerto de la Luz reúne excepcionales condiciones que acaso le hagan el más importante del Atlántico, y que constituirá una excelente estación naval para los buques de guerra de todas las naciones, la justicia, la imparcialidad y los deberes de mi cargo oficial me obligan a decir la verdad al gobierno que me honra con su confianza.”

 

El Lazareto de Gando y el Puerto de la Luz

 

Por tener relación directa el municipio  de Telde con este relato y en honor a la revista  que los publica,  debemos añadir que en 1887 (año del hundimiento del Spider), fueron subastadas las obras del “Lazareto Sucio” de Gando que había sido proyectado por el Ilustre ingeniero teldense  D. Juan León y Castillo, que también  proyectó  el Puerto de Refugio.

 

Epílogo

 

El tránsito marino que tanta riqueza representaba para Gran Canaria, se vio hipotecado por estos amargos acontecimientos y a pesar de la tinta que corrió, las protestas, comentarios y los interrogantes, la Baja  siguió tragando barcos. Después que el  “Araña” hubiera quedado atrapado en la intrincada telaraña de la Baja, sólo tendría que pasar un año para un nuevo naufragio; el turno correspondería al Kennet.

 

El Kennet

 

Tres  años después del naufragio y hundimiento del navío Alfonso XII, un nuevo buque con el mismo  nombre de 426 pies de eslora, 47 pies y 6 pulgadas de manga y 36 pies de puntal fue construido en  Newcastle y botado el 30 de Marzo de 1888; en cierta manera hacía olvidar al antiguo y la tragedia que lo envolvió en aguas canarias. Posiblemente el recuerdo de la fatal  Baja cual misteriosa premonición  hacía presagiar que un nuevo siniestro se iba a producir en el mismo lugar pocos días después de botado el nuevo buque, donde se unía en fatal coincidencia todo lo relacionado con  la archiconocida Baja. Al nacimiento del nuevo Alfonso XII se contrapone la pérdida de un veterano de los mares: el Kennet. Gando volvió a ser de nuevo protagonista de un siniestro marino cuando 18 días después de bautizado el Alfonso XII, el Kennet se hundió a consecuencia de haber chocado contra  la misteriosa Baja, atraído no sabemos por  qué misterioso sino.

 

El Kennet

 

El Kennet era un barco de vapor inglés que desplazaba   1.456 toneladas. Tenía ya prestados a la navegación dilatados años de servicios y probablemente estaría asegurado. Se encontraba fondeado en el  puerto de Refugio de  Las Palmas y había sido despachado con destino a Montevideo -algunas fuentes apuntan también que tenía como destino Río de la Plata, y al mismo tiempo un desplazamiento de 1.150 toneladas-, llevando a bordo  24 tripulantes y cuatro pasajeros. Transportaba un cargamento  con tejidos, productos manufacturados y  artículos varios. Desde el Puerto de la Luz y con destino a América partió una primaveral tarde  al mando  del Capitán Mr. Pearce.

 

El naufragio  

 

El vapor inglés  Kennet partió del puerto de Las Palmas  aproximadamente a las tres de la tarde de un miércoles 18 de Abril de 1888, maniobrando hacia una ruta alejada de la costa, pero a la altura del punto de Melenara puso rumbo excesivamente abierto a tierra. Se dejó venir hacia la costa hasta que irremediablemente chocó con la “siniestra” Baja de Gando. El mar se encontraba “picado” pero con suficiente visibilidad que permitía notar la presencia del escollo. La historia  del Senegal, Ville de Pará, Alfonso XII y Spider, se repetía con extraordinaria semejanza como si estuvieran predestinados a la búsqueda de su fatal destino. Inmediatamente corre la voz y se empieza a hablar de un vapor inglés perdido en la Baja de Gando.

Sobre las seis, poco más o menos,  el vigía de la Isleta con la lección aprendida anunciaba que el buque que había salido hacia el sur de la Isla se hallaba en peligro.

 Más tarde se supo que encalló en la Baja de Gando, dando lugar a que salieran del puerto de Las Palmas tres remolcadores para prestar auxilio a la vez que se trasladaba a Telde el Inspector de vigilancia Sr. Inglot y algunos agentes.

            El choque se efectuó por la parte interior. El barco se mantuvo una hora escasa parado sobre el arrecife, después que se hubiera producido el encontronazo,  para hundirse irremediablemente y de forma apacible.

Tripulantes y pasajeros fueron recogidos por las lanchas de los sufridos, intrépidos y abnegados pescadores de aquellas costas en sus pequeñas embarcaciones  llevándolos a tierra a pesar de los sinsabores y la maledicencia sobre actuaciones anteriores. El Capitán y el piloto fueron los últimos  en abandonar el barco.

Autoridades y tropa salieron de Las Palmas por tierra, mientras por mar acudían vapores remolcadores.  La tripulación salvada, una vez desembarcada en la playa  volvió a reembarcar  por la noche con rumbo a Las Palmas en los remolcadores que acudieron al lugar del siniestro.

Se debe considerar que ese día el mar estaba “algo duro” (expresión de la época) levantando brisa del N.E., normal en esa situación, formando el mar rompientes  que hacían a la Baja perfectamente visible desde cierta distancia, planteándose, que estudios iba a hacer la oficialidad de aquel buque en aquellos parajes.

Días después, un domingo por la noche todos los náufragos partieron para Liverpool en el buque inglés Níger (solía navegar de Inglaterra  para la Costa de África).

La noticia que circuló con gran rapidez, si bien tuvo eco no causó impresión ni sorpresa de ningún género si se tiene en cuenta que la Baja y su peligrosidad estaban de actualidad en todos los mentideros marinos, puesto que los capitanes que tenían conocimiento del lugar ya se habían familiarizado con las noticias de los naufragios anteriores del peligro de acercarse a la baja de Gando, de tal manera, que bien podía decirse  que se “hallaba de moda” aquel montículo marino que la naturaleza nunca dejó que aflorara a la superficie, siendo la principal observación  que estos siniestros no ocurrían cuando el escollo estaba envuelto en las negras cortinas de la noche, sino de día y bien claro. Dentro de la normalidad, el infortunio se celebraba  porque  no ocurrían desgracias personales, si se excluye a los dos fallecidos del Ville de Pará por tratar de recoger objetos, el pasajero del Senegal o el infortunado buzo británico.  De nuevo la ironía macabra salta a las columnas de la prensa  apuntando que se podría evitar que las maletas se fueran al fondo del mar si se ordenara  que al cruzar las aguas de  Gando, los pasajeros las colocan sobre sus hombros, a todo evento.

            Si se toma como referencia que la baja de Gando queda  dentro de una amplia rada entre las puntas de Melenara y Gando no tiene ninguna explicación que un barco que se dirige a Montevideo choque contra ese escollo, a lo que podría añadirse los informes de naufragios anteriores. De nuevo el interrogante de las casas aseguradoras…

La eterna reivindicación de balizar la zona. Era de imperiosa necesidad balizar Gando, parte de los puertos  y otros lugares difíciles para prevenir accidentes fatales, imprudencias y descuidos. Se hacían propuestas a la Dirección General de Obras Públicas para el proyecto de balizamiento formado por la Oficina del Ramo de Las Palmas y que inmediatamente se pusiera en ejecución.

Uno más y ya eran  cinco, que por la impericia o no se sabe qué extraña circunstancia habían sufrido  consecuencias trágicas y era un motivo para que se volvieran a ocupar de Gran Canaria todos los periódicos del mundo. Se tomaba incluso a “mofa”, dándose a estos acontecimientos un toque de humor y sarcasmo llegándose a comentar en tono de escarnio que unos cuantos ciudadanos, dada la gran expectación que provocaban los siniestros querían establecer en Gando un gran hotel, y que sus acciones no tardarían en venderse, considerando que el espectáculo estaba justificado, puesto que no hubo desgracias y las casas aseguradoras pagarían religiosamente el descanso eterno del Kennet. Algunos periódicos de Tenerife magnificaron el hecho con el epígrafe de “Terrible catástrofe” y naturalmente la réplica de los de Las Palmas argumentando que escollos había en todas partes como en los puertos de Cádiz y Algeciras y que se podía evitar tomando las medidas necesarias, y se consideraba  la pena impuesta por el almirantazgo inglés al Capitán del Spider  porque no encontró justificado que se acercara el buque tanto a la costa y con riesgo que se estrellara entre sus rocas, haciendo hincapié  en prevención  de confusiones. Se trataba de evidenciar que afortunadamente en el Puerto de la Luz no existía ningún arrecife ni obstáculo que impidiera la  entrada de buques y que ni siquiera el práctico era indispensable para entrar en la bahía. Se insistía que la Baja se encontraba a más de diez millas de distancia hacia el Sur. Se trataba de suavizar las consecuencias redundando en que  el pasaje salió ileso. La desgracia de los naufragios se convirtió en caldo de cultivo para la controversia y el descrédito mutuo entre dos islas que querían alcanzar el protagonismo de sus respectivos puertos como punto de escala de viajes transoceánicos. La prensa de Las Palmas comentaba  que el morbo por los acontecimientos relacionados con la  Baja lo que hacía era aumentar el movimiento marítimo en Gran Canaria. Se insistía en la cantidad de vapores que visitaban el Puerto de la Luz (unos setenta cada mes) en 1877, teniendo su procedencia la mitad de América o de la costa de África, hacían su recalada por el sur pasando frente a Gando y que además con frecuencia entraban de noche sin el menor inconveniente.

Con el Kennet acababa una “racha” de cinco buques siniestrados en Gando  en un periodo de ocho años (1880-1888). Transcurrirían 11 años y con los acontecimientos casi olvidados, cuando en 1899 el trasatlántico alemán Lavinia corrió la misma suerte que sus hermanos, aunque esta vez la Baja fue más generosa, produciéndose solamente heridas leves, pudiéndose salvar.

 

El Lavinia

 

Llegamos al ecuador de nuestros relatos, coincidente con el final de siglo XIX y con el desmoronamiento de España, en el llamado “Desastre del 98”, al perderse Cuba y Filipinas. Podemos buscar una analogía con los barcos naufragados en un mal endémico que venía de atrás y  que en ninguno de los dos casos se buscó la solución adecuada. El Lavinia puede representar una metáfora del siglo que terminaba.

De todos los grandes naufragios en la Baja, el del Lavinia fue el más leve, pues apenas sufrió daños.

 

El barco

 

El Lavinia frecuentaba  las islas en sus viajes interocéanicos. En un anuncio marítimo de un periódico  de Tenerife de Noviembre de 1892 se leía:  Esta mañana llegó de Hamburgo, el vapor alemán Lavinia. Tomó carbón, agua y víveres y salió para Valparaíso, Despachado por los Sres. Hamilton y Ca”.

El Lavinia era un vapor trasatlántico alemán de 4.782 toneladas, perteneciente a la Compañía  Deutsche  Dampfschiffahrts Gesellschaft de Hamburgo y fue construido en Sunderland en 1896, Casa J.L. Thompson and Sons. Medía 382 pies de largo, 48 de ancho y 26 de puntal. Pertenecía a la Compañía de Kosmos, que hacía viajes de Europa para el Pacífico.

 

La singladura

 

El  vapor pasó el 4 de Agosto de 1899 frente al puerto de Las Palmas a las 9 de la mañana, cambiando señas con los consignatarios Sres. Blandy Brothers y Ca; sin entrar en el puerto, siguió rumbo hacia el sur.

La catástrofe tuvo lugar á las 10 de la mañana, hallándose el mar muy tranquilo, como en las ocasiones anteriores en que tuvieron lugar accidentes análogos. El buque encalló  en la baja de Gando destrozándose la quilla y quedando entre las rocas la parte de proa, cuyos compartimientos quedaron del todo anegados. Inmediatamente se dio orden de arrojar al mar parte del cargamento con el fin de aligerar el buque o intentar su salida. Se echó al mar gran cantidad de raíles para ferrocarriles y algún carbón, no consiguiéndose el objetivo que se intentaba.

 

 La cobertura

 

Desde los primeros momentos se dijo que el vapor encallado en los bajos de Gando, era el trasatlántico alemán Lavinia, aunque no faltaron los equívocos como el del periódico tinerfeño “Diario de Tenerife” al publicar  siguiente día del naufragio que el buque que había encallado era el “Lauriña”.

Mediante telegrama, el  Delegado de Vigilancia en Las Palmas participa al Delegado del Gobierno, noticia que también llega al Gobernador  Civil, que el Alcalde de Telde le dice que a las dos de la tarde encalló en la baja de Gando el vapor Lavinia;  habiendo dispuesto salieran para el lugar de la catástrofe fuerzas de orden público y de la guardia civil y que comunicaría detalles, hasta aquella hora desconocidos.

Un telegrama del Alcalde de Telde al Delegado del Gobierno dio cuenta de la catástrofe, sin comunicar detalles de ninguna clase.  Personas llegadas aquel día por la tarde a Las Palmas  tampoco pudieron añadir noticia alguna. Sólo se sabía que desde el Ingenio se dio cuenta de la desgracia, ignorándose la importancia del siniestro. Por la bandera del vapor se sabía que era alemán.

Las noticias fueron comunicadas al Comandante de Marina al mismo tiempo que el Delegado el Gobierno daba instrucciones al Alcalde de Telde para que comunicara toda clase de informes, y organizara medios para socorrer a los náufragos, prestándoles los auxilios propios en estos tristes casos.

 A las 3 de la  tarde salieron para Gando varios empleados de la Delegación y algunos números de la Guardia Civil.

Se pidieron también a las casas consignatarias los remolcadores que salieron del puerto de la Luz  conduciendo gabarras.  A bordo de uno de los remolcadores partió el práctico D. Matías Reina. El Sr. Blandy, consignatario del vapor que se suponía naufragado, había salido ya para el sur acompañado de otras personas.

 

El estado de la tripulación

 

En un principio se dijo que habían ocurrido algunas desgracias personales sin que se pudiera comprobar tal hecho.

 

El salvamente del buque

 

Los buzos efectuaron  un reconocimiento superficial de las averías sufridas por el Lavinia no pareciendo ser de mucha importancia, sólo había sufrido averías en la parte de proa y podía ser puesto a flote.  El día 5 a las 11 de la mañana, aprovechando la marea se intentó remolcarle, sacándole de la Baja. El día 6 fue puesto a flote y en la mañana del 8 entró en el Puerto de la Luz sin necesidad de remolque ni auxilios, para reparar las averías sufridas en “los bajos” de Gando. Repararía sus averías en los talleres de los Sres. Blandy Brothers y Ca. También se había presentado  en un remolcador  el segundo capitán de Marina de la Provincia para instruir sumaria del siniestro.

 

El regreso

 

            A finales de Agosto el vapor alemán Lavinia que fue puesto a flote después de haber varado en la baja de Gando había llegado a Hamburgo sin novedad.

 

La “maldición” de la Baja

 

La sucesión y continuidad de acontecimientos de índole trágica va creando un halo de leyenda en torno a todo lo que  tenga relación  con la trágica Baja y tal como si fuera “Tutankamón” lo que tenía analogía con la “roca” podía considerarse maldito. Aunque naturalmente esto daría lugar a otro tipo  de “intrahistorias” que no está en nuestro ánimo relatar ni justificar,  tan solo lo exponemos como acontecimiento curioso. Este es el caso del crucero de guerra Alfonso XIII (el Alfonso XII se encontraba reposando en el fondo de las aguas de Gando). Había fondeado en aguas de Las Palmas con un pequeña avería en su máquina para reparar en Junio de este mismo año pasando a Tenerife una vez reparado. Fue construido en los astilleros del Ferrol y botado en 1891, entrando en 1896 como buque de instrucción; desplazaba 4.826 toneladas y disponía de una tripulación de 413 hombres. Diseñado para llevar armamento pesado, era muy veloz, pero cambios realizados para su seguridad dejaron al Alfonso XIII menos blindado, lento, e inestable con mar gruesa. Es por ello por lo que no participó en un viaje a Filipinas quedando en la península como prevención ante un posible ataque de la escuadra americana[. Fue dado de Baja en 1900 y desguazado en Bilbao en 1907. Habiendo embarrancado en la Playa de la Carraca de Cádiz el mismo año del hundimiento del Lavinia.

Con el Lavinia, los siniestros marinos en la Baja serían más espaciados en el tiempo. Las apetencias devoradoras de la Baja para atraer barcos se irían difuminado, hasta que en 1914; otro incauto de los mares, el Emma cayó en las garras de sus rompientes.

 

 

El Orleanais

 

 

Un nuevo siniestro a principios del siglo XX, hay que anotarle, en la larga lista de los que ya llevaba registrados desde el último tercio del XIX a la tristemente célebre baja de Gando. Tanto si llegaban al puerto de la Luz como si salían o pasaban de largo, la Baja era igualmente implacable para cuantos buques se acercaran a ella.

 

El Orleanais

 

Fue construido en Glasgow por los Sres. Elder y Ca,  y botado en 1882. Tenía una capacidad de 2.584 toneladas. Realizó su primer viaje en 1883. Con los nombres  Prinses-Wilhelmina y Lombok, navegó desde  1883  hasta 1903 en que  tomó el nombre de Orleanais. Medía de eslora 325 pies 6 pulgadas, de manga 37 pies y de puntal 25 pies 9 pulgadas. Pertenecía a la SGTM (Sociedad General de Transportes Marítimos). Prestaba servicio como buque de pasajeros francés  desde 1903 en la línea Marsella-Barcelona-Málaga-Río de Janeiro-Santos. Fue desguazado  en 1909 después de sufrir una colisión.

 

Antecedentes

 

El Orleanais visitaba con frecuencia el puerto de Santa Cruz de Tenerife en sus viajes de ida y vuelta a América.

Con anterioridad a su naufragio y como otras muchas veces se hizo a la mar  en Málaga procedente de Marsella el 11 de Abril de 1905  al mando del Capitán Coudopen con rumbo a Río de Janeiro. Varios cientos de personas  que huyendo de la penuria buscaban una nueva vida en América subieron a bordo del Orleanais en el Puerto de Málaga, llevando en un viaje sin retorno a un pasaje que se apretujaba atemorizado y esperanzado en los inmundos camarotes del navío.

El barco  hizo escala en el  puerto de Santa Cruz de Tenerife, de paso para Río de Janeiro y Santos, el día 15 de Abril.

Tomó carbón, agua y víveres y salió para su destino, despachado por los señores Brage, Marco y Ca. Llegando a Río de Janeiro sin novedad  el 28 de Abril.

El 25 de Junio del mismo año llegó a Santa Cruz de Tenerife habiendo hecho el recorrido  desde Marsella con 1.070 pasajeros que habían embarcado en los puertos  de Barcelona, Valencia y Málaga  con destino a Buenos Aires. Se proveyó de carbón mineral, víveres y agua, partiendo para Argentina, despachado por la misma casa consignataria.

En el tránsito del día 24 de Septiembre del mismo año se contabiliza el paso del Orleanais, de Marsella, Barcelona, Valencia y Málaga para Buenos Aires, consignado por la misma Casa con carga general,  4  pasajeros para la isla  y 1.048 de tránsito.

 

El naufragio

 

A las 8 de la noche del 23 de Noviembre de 1905, cuando se dirigía a Las Palmas, el vapor Orleanais tropezó con la baja de Gando quedando varado. Algún periódico de la época hacía referencia a que había encallado en la “punta de Gando”. La tripulación y el pasaje consiguieron salvar sus vidas.

Por efecto del choque,  al varar, el fondo se desgarró, inundándose  la bodega número uno.

El vapor procedía de Buenos Aires y Brasil con cargamento de café y cacao para Marsella. Transportaba en el momento del naufragio 261 personas.

En vista del sitio donde ocurrió la varada se supone que el buque venía muy aproximado a tierra desde alguna distancia, cosa que no se explica habiendo dejado al sur y a la izquierda a pocas millas el faro de Arinaga que le indicaba su verdadera situación. Entre el numeroso pasaje, se produjo en los primeros instantes la natural alarma, pero gracias a las providencias tomadas no  hubo  desgracias que lamentar.

 

Los pasajeros

 

El 24 por la noche llegaron a Las Palmas los pasajeros, pasando en seguida a la Estación sanitaria, donde fueron fumigados. En su mayoría eran italianos y presentaban  aspecto de pobreza. El cuadro era conmovedor, muchos niños lloraban y pedían pan a los curiosos que estaban cerca de la Estación.

El vapor Algerie de la misma compañía conduciría el pasaje a Marsella.

 

El salvamento del  barco  y su reparación

 

 En un principio  la extensión de la avería no se pudo apreciar hasta que llegó a Las Palmas y fue reconocido en firme.

Los auxilios pedidos de Gando en el primer momento fueron barcazas para aligerar el buque, siendo enviadas  inmediatamente por sus consignatarios los Sres. Miller y Comp., que ordenaron la salida para el lugar del suceso de su remolcador España  con material de salvamento y dos embarcaciones para mercancías. Después zarparon también el Britannia  de  los Sres. Blandy Brothers, con personal técnico y el Pedro del Castillo de la Grand Canary, con un ingeniero y material de salvamento.

La Compañía de correos interinsulares dispuso que el vapor León y Castillo  pusiera rumbo a Gando con objeto de ayudar al salvamento del buque y especialmente de los pasajeros.

Una vez reconocido se consideró que el vapor se salvaría, pudiendo llegar al puerto de la Luz.

Después de haber reparado las averías sufridas en su varada, el  Orleanais zarpó de Las Palmas  emprendiendo un nuevo viaje a finales de Diciembre de 1905.

 

 

El Emma

 

Sin ser el más trágico, podemos afirmar que si fue el más rocambolesco de cuantos naufragios se produjeron en la Baja de Gando y del cual podría escribirse perfectamente una novela o realizar una gran película de aventuras a tenor de todo lo acontecido, tanto el naufragio como posteriormente su reflotamiento y reparación.

Las primeras noticias publicadas al día siguiente del naufragio por el periódico “La Provincia” no fueron acordes con lo sucedido al afirmar que después de  un golpe que estremeció todo el vapor y se abrió una gran vía de agua fue arrastrado por la corriente y sepultándose entre las olas en  el  mismo sitio que el Alfonso XII.

 

El buque: características y carga

 

El Emma era  un vapor mercante inglés  de 2.539 toneladas. Fue construido en Whitby (Inglaterra) en 1898. Pertenecía a la Compañía Inbul Bros, de la matrícula de Cardiff. Procedente de Río Plata, traía un cargamento completo de tres mil toneladas de maíz de Rosario, navegando en tránsito para el Havre. Estaba al mando del Capitán Storn y llevaba 24 tripulantes. Siempre hacía escala en Las Palmas en sus viajes de ida y vuelta a América para carbonear. La última vez cuando fue a Rosario para traer la carga que llevaba en el momento del naufragio.

 

El naufragio

 

 Sobre  las 6 de la tarde  de un domingo día 3  de Mayo de 1914 y cuando navegaba con dirección al puerto de la  Luz chocó contra la baja de Gando, sintiéndose un golpe que estremeció todo el vapor abriéndosele un vía de agua que lo hundió por la proa. Al chocar el buque y penetrar el agua por el boquete abierto, en el acto el oleaje lo levantó de nuevo dando lugar a una más fuerte cabezada; el barco comenzó a inclinarse de proa rápidamente, determinando un pánico irrefrenable y contagioso en la oficialidad y tripulantes. Se hacía imposible achicar el agua con el funcionamiento de las bombas. Poco a poco fue arrastrado por la corriente, escorándose con gran rapidez. Ante el temor que el buque se hundiera totalmente el capitán ordenó lanzar al agua las lanchas para salvar a los tripulantes. El temporal era tan grande que les impedía su propósito. En dos botes capitaneados por el Capitán y 1º Oficial pudieron por fin embarcar los 25 hombres con el fin de ganar tierra, quedando el barco totalmente abandonado y a la deriva. 

 

Salvamento de los náufragos

 

Al observar las incidencias  los pescadores de la playa lanzaron “barquillos” al agua.  Los botes se dirigieron hacia la playa, pero la corriente  los arrastraba. Los pescadores advertidos por el bote del primer Oficial y siguiéndoles lograron después de bastante esfuerzo que la embarcación llegara a la playa desembarcando de noche; la que guiaba el Capitán no pudo dominar  la corriente y se fue a tomar tierra por Arinaga mucho más tarde. Ya en tierra se dirigieron a pie a Telde. A la una de la madrugada llegaron el Capitán y sus compañeros de lancha.

En el salvamento se distinguieron notablemente los vecinos de Gando: Leocadio Artiles Peña, Antonio Moreno Peña, Dámaso Vega Artiles, Domingo Trujillo Betancor y los hermanos Manuel, Antonio y José Peña Suárez.

Aterrados, y dando por seguro que el buque naufragaba, los marinos no pensaron en otra cosa que en ponerse a salvo, como lo hicieron. Ya en tierra observaron la situación del Emma que les pareció continuaba hundiéndose. Con la caída de la noche, el buque desapareció entre las sombras y lo dieron por hundido en las aguas, sin volverse a ocupar más del Emma al que suponían en el fondo del mar.

De la totalidad de la tripulación  quince marcharon inmediatamente para Telde y desde allí en “coche de hora” a  Las Palmas y los trece restantes lo efectuaron el día 4  a primera hora, sin volverse a ocupar más del Emma al que suponían en el fondo del mar. No se imaginaban que la consistencia de los compartimientos del buque hiciera que  continuara  a flote; y lo que no pudo hacer la “Baja” con sus rompientes y las olas con su empuje poderoso fue  realizado por la rapacidad  de los hombres.

 

Actuación de la Guardia Civil de Telde

 

El la mañana del día 5 de Mayo, en el cuartel de la Guardia Civil de Telde se recibió la noticia del naufragio de un vapor la noche anterior en las costas de Gando en el que “habían perecido ahogados” varios tripulantes y que el resto de la tripulación se hallaba abandonada  en tierra.

El Comandante del puesto de la Guardia Civil de Telde  envió un telegrama  al Gobernador Civil con sede en Tenerife el día 4 a las 11,40:

“Acabo recibir noticias que anoche naufragó Punta Gando vapor mercante extranjero. Se dice han ocurrido desgracias personales. Salgo con fuerza este puesto a prestar auxilios.”

El cabo del puesto salió para Gando con el objetivo de comprobar la noticia y en su caso proteger a los náufragos y recoger los efectos del vapor que las aguas arrastrasen a la orilla. Le acompañaban  los guardias segundos, Jaime Tur Ferrer y José Nogueras Rivas, llegando a la playa de Gando a las doce, procediendo a interrogar a los vecinos que presenciaron el siniestro, quedando  desvanecido el rumor de que habían ocurrido desgracias personales. Pertenecientes al vapor fueron recogidos por la Benemérita de Telde, 17 salvavidas de lona y corcho, dos velas para lanchas, un saco embreado y un farol, cuyos efectos fueron depositados en poder del conserje del Lazareto D. Enrique Baquero, a  disposición del Comandante de Marina, a cuya autoridad se remitió el correspondiente atestado. También se remitió ese día un oficio al Delegado del Gobierno detallando lo relacionado al  naufragio del vapor  Emma.

 

El misterio

 

Se había recibido la noticia que en las playas del Burrero (la prensa de la época la señala como  “Burreras”) y Vargas fueron vistas dos lanchas pertenecientes al buque naufragado que  no fue posible recoger, por efecto del temporal.

A pesar del reconocimiento que se practicó por aquellas costas, no fue visto el vapor que, llegándose a pensar  que el Emma  se hundió totalmente.

La búsqueda en la extensa bahía de Gando fue inútil y presagiaba lo peor. Como se comprobó  después, la Guardia Civil se engañó como todo el mundo.

De todas las versiones recogidas acerca del particular, se deduce            que el motivo de que se creyera totalmente perdido el buque, dando lugar a las informaciones oficiales y extraoficiales hechas en tal sentido, fue origen  de cuchufletas y burlas, repitiéndose de nuevo las opiniones más controvertidas con posterioridad al naufragio.

 

Embarrancado en Maspalomas

           

Ante tanta confusión el buque malherido  fue arrastrado por la corriente hacia Maspalomas, quedando embarrancado en una playa de arena en el lugar conocido por Las Burras (en la prensa de la época “los Burros”).  Fue un buque de la casa Blandy que venía hacia  Las Palmas el día 4  el que dio noticias de haber visto un vapor abandonado en aquella costa sureña. Al pasar  por el lugar y observar al barco en situación anómala hicieron insistentes señales, sin obtener resultado alguno. Esta casa consignataria envió un remolcador en busca del Emma dando órdenes al personal que tripulaba  para que izase en el vapor la bandera de la Casa, anticipándose a la Gran Canary, que también tuvo noticia de lo que sucedía y procediendo en idéntica forma. Ambas Casas se entendieron después para organizar el salvamento que se llevó a cabo con relativa facilidad y acierto y en el que también tomaron parte muy activa los cabos de matrícula de la Comandancia de Marina D. Cristóbal Abelleira y D. Agustín Rodríguez. También se encontraban en el remolcador Gran Canaria funcionarios de la Sanidad Marítima. Enviados por la primera autoridad de Marina fueron estos funcionarios a Maspalomas a encargarse  de la vigilancia a bordo del vapor.

 

El saqueo

           

Durante el tiempo que estuvo el Emma  embarrancado en Maspalomas y antes que fuera sometido a vigilancia desde el día 5 que llegaron al lugar los cabos de matrícula enviados por la Comandancia de Marina para que se hiciesen cargo de la vigilancia, el barco fue invadido por una multitud que se entregó al pillaje. El millo de la bodega inundada y el de las número 2 y 4, fue saqueado, lo mismo que  los víveres, acción hasta cierto punto disculpable; pero lo que resultó más vergonzoso fue el destrozo hecho a bordo saqueando las prendas del ajuar de los marinos,  los lechos de los camarotes, utensilios de cocina, cuerdas, drizas de las banderas, cuerdas de la sirena. Los tres compases que tenía el barco, fueron arrancados  destrozando las tablas a las  que estaban adheridos;  sólo uno fue encontrado por la Guardia Civil. Las tablas del rancho de la tripulación, los camarotes de los maquinistas; las  piezas que revestían del buque fueron arrancadas a hachazos. Hasta varias cadenas, las más fáciles de transportar, fueron pilladas. Las cámaras del capitán y los oficiales y los tabiques fueron destruidos y los efectos que se guardaban en los muebles, robados. Se encendió fuego en la cámara del capitán quedando un trozo de piso quemado. La provisión del pañol, todas las pinturas,  niveles y algunos aparatos reguladores  de las máquinas fueron destruidos o saqueados. Sólo se salvó  la bodega numero 4. Los dos botes que quedaron a bordo, también fueron llevados a tierra por los saqueadores, por cuya impericia se destrozó uno casi completamente.

Negociantes sin escrúpulos fueron a Maspalomas a realizar cambalaches con el millo.

La Guardia Civil del puesto de Santa Lucía llevó a cabo la detención y puesta a disposición del contramaestre don Cristóbal Abelleira, por encontrarse ausente el Ayudante de Marina, a dos pescadores de Telde y uno  de San Bartolomé, en cuyo poder fueron hallados los objetos sustraídos del vapor Emma, en la playa de los "Burros", contabilizándose: una caja de madera con una fotografía, un termómetro grande y útiles de a bordo, dos cajas de herramientas de carpintería, una caja con herramientas para la máquina del vapor, un compás, dos faroles de las luces de los costados, dos cajones de cómoda, una varilla de cortina de camarote de metal dorado, un aparejo de cordaje con poleas de barca grande, un aparejo pequeño de los llamados de rabiza, una caja de hierro pequeña conteniendo dos sombreros, cuatro corbatas y algunos enseres de farmacia, un barril de cien kilos de aceite para la máquina, una luz de las llamadas de bombilla, una sierra grande, dos rollos grandes de cabos de cordaje para vapores, varias latas  y un impermeable de seda  y goma.

 

El traslado al puerto de la Luz

 

Con gran marejada, utilizando su propia máquina, ayudado por el remolque  del Britania, siendo puesto a flote después de grandes esfuerzos, recobrado con la potente bomba de la casa “Grang Canary Coaling”, salió el Emma del punto donde estaba encallado a la una y media de la tarde del día 9 llegando a la ensenada de Gando  a las siete de la tarde del mismo día. Desde allí salió el buque con rumbo al Puerto de la Luz el día 12 a las siete de la mañana, recalando en el punto de destino a las 10,15. La travesía se hizo también con el remolcador Gran Canaria y poniendo a media energía las máquinas del Emma. En todas las operaciones  tomaron parte los remolcadores Gran Canaria y Britania.

 A las diez y media de la mañana del día 12 entró en el puerto, remolcado por el remolcador de la casa Blandy, Britannia, el vapor Emma. El remolcador de la casa Gran Canary Coaling Co, Gran Canaria, conducía también de remolque para el mismo puerto las gabarras donde venían los elementos de salvamento.

 

El estado del Emma

 

La popa que  estaba totalmente sumergida y la proa levantada sobre el agua algunos pies,  habían sido corregidas para facilitar la entrada del Emma al Puerto de la Luz.

De la banda de babor faltaban tres planchas del casco, rotas al chocar el Emma con las rocas de la baja de Gando, enorme boquete por donde penetró el agua inundando la bodega número 1, junto al escobén del ancla se veía el agua embarcada por la rotura, con una altura  de braza y media sobre la que flotaban tablones y trozos de cuerda.  A babor  y estribor de la amplia boca de escotilla hallábase colocadas las bombas de salvamento de las casas de Blandy y Gran Canaria en las sucias y pestilentes aguas en las cuales sobrenadan el grano y los sacos reventados al hincharse el millo. De las bombas sólo funcionó la de la casa Blandy. El agua no había pasado a la bodega número 2. Sin que  las máquinas, ni otros departamentos  del buque, padecieran absolutamente nada por la acción de las aguas.

Ya en la dársena, las casas Blandy y Gran Canary, dispusieron que dos buques realizaran los trabajos necesarios para poner el buque en condiciones de hacerse a la mar, operación que se llevó a cabo desde el primer momento, consistente en colocar una camisa de goma y un prisma en el sitio de la avería para hacer el traslado del Emma  hacia Inglaterra. El día 13 se trató  de colocar en el boquete abierto por el choque, una camisa de lona para achicar el agua embarcada.

Por disposición de la Sanidad y la Comandancia de Marina fue desalojada la bodega número 1, única inundada conduciéndose su contenido fuera del puerto, siendo arrojado al mar.

Sobre el casco intacto en su mayor parte, el barco no presentaba ningún tipo de inclinación. Para lograr su estabilidad se había colocado en popa la carga que aún quedaba en la bodega número  1 consistente en algunos de miles de sacos de millo.

 

El Capitán y la tripulación

           

Los náufragos se hospedaron en el hotel “Rayo”. Allí fueron visitados por un  redactor del periódico  “La Provincia”, sobre las tres de la tarde acompañado del oficial de la estación sanitaria D. Andrés Macías que medió en la conversación. El Capitán quedó en su cuarto en cama y en otro el 1º Oficial. El Capitán de unos 45 años, rostro tostado por el aire con tristeza contestó a las preguntas del Sr. Macías, comentando que navegaba con tiempo claro y brisa fuerte con la confianza con la que siempre había pasado por aquel lugar, estando en el puente cuando ocurrió, después de sentirse  un   estremecimiento del buque, se hundió de proa y retrocedió haciendo agua que daba miedo, disponiendo el salvamento, porque el barco se hundió rápidamente por momentos, en las lanchas, muchos marineros se encontraban descalzos, no se pudo  salvar la documentación. Se arrebujó a la manta con síntomas de malestar. Más tarde fue hospitalizado en el Hospital Inglés “Queen Victoria”. Llevaba al servicio de la Compañía propietaria del Emma  treinta y dos años. Acaso sufrió un  error, velando con exceso por la seguridad de los hombres bajo su mando.

En el tiempo que el barco estuvo en aguas del puerto de la Luz fue visitado por sus tripulantes que  quedaron asombrados de los destrozos efectuados en el navío. El contramaestre y uno de los pilotos limpiaron su camarote para poder instalarse. Uno de los maquinistas, encontró en su camarote  los retratos  de su esposa y de sus hijos que fueron respetados por los saqueadores, pensando quizá que de no haber abandonado el barco muchas cosas se hubieran salvado.

Los tripulantes no embarcaron para Cardiff  hasta que no se ventiló la sumaria instruida con motivo del naufragio.

El mismo día que el Emma chocó con la baja de Gando, varios barcos se vieron implicados  al producirse choques en la entrada del puerto de la Luz. Por la mañana,  un vapor frutero alemán que salía y otro que entraba. El buque alemán sufrió averías de importancia, haciendo agua tuvo que entrar de nuevo en el puerto. Por la tarde, encontronazo entre el velero Sensat de D. José Bosch y Sintes y un vapor inglés de la casa Elder sin mayor importancia.

 

 

El  Kinghoru

 

De todos los accidentes marítimos registrados en aguas de Gando, que son los que ocupan la serie que se relata, tan solo el del Kinghoru no tiene ninguna relación con la baja de Gando, al menos de manera directa, que conozcamos; si bien, el suceso se produjo a pocas millas  de su situación y no sabemos si de manera indirecta pudo tener influencia en los acontecimientos que lo llevaron a quedar embarrancado en una playa.  Según las fuentes consultadas tampoco se produjo en la costa de Telde si  nos atenemos a que varó en una playa frente a los almacenes de empaquetado de tomates  de Fyffes; considerando que los únicos almacenes de dicha Casa exportadora que conocemos en la zona (actualmente Bonny) se encuentran en el barrio de Las Majoreras del término municipal de Ingenio,  a pocos kilómetros de la costa, podemos suponer que pudo haber sido una pequeña cala entre la torre de Gando y la playa del Burrero, sin que esta conclusión pueda constituir una premisa histórica.

 

El Kinghoru

 

            El Kinghoru era un barco de vapor (algunas fuentes indican que era holandés y otras inglés) de 6.500 toneladas de registro. Procedía de Port Natal en el sur de África, con un cargamento de hierro viejo con destino a Inglaterra.

 

El accidente

 

El  8 de Mayo de 1924 a las diez de la noche el vapor Kinghoru embarrancó en un lecho de arena, en el interior de la bahía de Gando, frente a los almacenes que en aquel litoral poseían los señores “Fyffes Limited”. En el lugar donde encalló había una profundidad de 29 pies en la pleamar.

            Desde el barco se mandaron radios que se recibieron en el puerto de la Luz,   demandando auxilio, a causa de haber encallado en las playas del sur de Gran Canaria. A los pocos momentos de recibirse esta noticia salieron varios remolcadores con rumbo al lugar del suceso, y al amanecer zarparon con el mismo destino los vapores interinsulares Viera y Clavijo  y León y Castillo, el vaporcito Esperanto y el remolcador Oceánica. Al mediodía y cuando el mar se hallaba más alto, uno de los vapores que acudió en auxilio del buque holandés, tiró del mismo, tratando de remolcarle, siendo inútil el intento.

En vista de la ineficacia de la operación, regresaron a las seis de la tarde al Puerto. Posteriormente en  los vapores que fueron a Gando  se procedió a descargar en parte el vapor, a fin de intentar ponerlo a flote.

El Capitán  manifestó que el penetrar en la bahía de Gando fue debido a confundir ésta con el Puerto de la Luz.

 

En el movimiento de buques correspondiente al día 17 de Mayo se reseña que el Kinghoru, siguió viaje para Glasgow.

 

Port Nicholson

           

Cuatro meses después de haber embarrancado el Kinghoru se produjo un accidente similar en los “bajos de la Isleta”, que aunque  nada tiene que ver con las aguas de Gando, lo comentamos en la medida, que, si bien el Kinghoru fue desembarrancado y llevado a Las Palmas, con el Port Nicholson ocurrió al revés, pues se proyectó embarrancarlo en Gando para evitar una posible explosión debido a  la carga de dinamita que llevaba y que pudo haber provocado una gran tragedia en la población capitalina.

El Port Nicholson  era un vapor Inglés  que con carga general y 16 pasajeros se dirigía al puerto de la Luz, consignado a la Compañía Carbonera de Las Palmas, cuando al acercarse temerariamente a la costa  encalló en los bajos de la Isleta en la  llamada punta de la Esfinge un miércoles 22 de Octubre de 1924, siendo aproximadamente las siete y media de la noche,  abriéndosele una vía de agua en  la cámara de calderas, por lo que tuvieron que apagarla, quedando el vapor al garete. Inmediatamente pidieron auxilio con petardos de señales cuyas detonaciones se sintieron en el puerto de la Luz saliendo seguidamente el remolcador Arinaga, al que siguieron poco después los remolcadores Gran Canaria, Gando y Las Palmas, dispuestos a prestar los  auxilios necesarios. En el remolcador Gando embarcaron el celador del puerto y el práctico. En las falúas de los prácticos,  representantes  de la casa consignataria, el ayudante y jefe de marina, el vicecónsul inglés, y otros, salieron  para el lugar  del siniestro, para tratar de salvar al personal en caso que fuera necesario. Poco después llegó al muelle de Santa Catalina un bote salvavidas del Port Nicholson, en el que venían algunos pasajeros y parte de la tripulación con un oficial del barco. Entre ellos se encontraban dos heridos y  una señora enferma de pulmonía que fue atendida primeramente en la caseta de los prácticos. Los heridos y enferma pasaron al Hospital Inglés, conducidos por la ambulancia de la Cruz Roja, y los demás fueron  instalados en el Hotel Rayo. Más tarde en falúas y remolcadores fueron llegando a tierra los restantes pasajeros  que fueron instalados en el mismo hotel.

Los remolcadores procedieron a remolcar al buque siniestrado, conduciéndolo  al interior de la bahía donde debía ser varado. Cuando se encontraban frente  al Hotel Metropol, el práctico que dirigía la operación recibió aviso de la Comandancia de Marina, para que tratara da conducir el barco a la bahía de Gando para ser allí varado, manifestando el capitán que no creía que fuera posible llegar allí por la cantidad de  agua que iba haciendo, acordándose entonces, que fuera varado en la playa que existe frente al Hotel Metropol, operación que se hizo felizmente en la llamada por entonces playa de Santa Catalina. A bordo quedaron el capitán y gran parte de la tripulación, pues una vez varado no corría el barco peligro alguno.

El lunes, 3 de Noviembre se llevaron a cabo los trabajos para poner a flote el vapor "Port Nicholson",  La casa de salvamento de Gibraltar había hecho una perfecta instalación, utilizando unas bombas poderosísimas para extraer el agua que había invadido las bodegas centrales del buque, pudiendo taponar con cemento las averías sufridas. Los remolcadores de Gibraltar y de la Compañía Oceánica del puerto pusieron el buque a flote, llevándolo al muelle rompeolas, suspendiéndose la operación para continuar al día siguiente el taponamiento de dichas averías. La operación la presenció numerosísimo y curioso público desde la playa, muelle y azoteas.

Previo informe de una comisión de técnicos, la Autoridad de Marina ordenó el cargamento de las 500 toneladas de dinamita que llevaba  a bordo siendo descargada en gabarras, las que deberían ser fondeadas en la bahía de Gando, donde reembarcarían  en  un vapor de la misma compañía.

Noticias posteriores indicaban  que tan pronto estuviera  en condiciones el buque y se dictaminara favorablemente el pleito de la Compañía de Seguros “Lloyd”, la dinamita volvería  a cargarse, continuando su viaje para Australia.

 

 

El  Sud Número 6

 

La más apacible de todas las bahías que se conforman en torno a cada una de las islas de nuestro archipiélago, es, sin duda alguna, para el que estos relatos escribe, la de Gando, donde al decir de los “mareantes” el mar siempre se encuentra como un “plato” gracias a sus situación a sotavento  de la pequeña península que lleva su nombre, y por tanto resguardada de los vientos de N.E  que son los que soplan la mayor parte del año. Ha sido desde siempre un puerto natural y no faltaron iniciativas para dotarla de un puerto artificial a raíz de la construcción del llamado “Lazareto sucio” de Gando a finales del siglo XIX. La existencia de su famosa “torre” construida desde tiempo anterior a la  conquista y vuelta a reconstruir en épocas posteriores, constituye un referente para el desolado paraje del “jable” de Gando, hoy antropizado por la existencia del la Base Aérea y Aeropuerto. Su pequeña y acogedora playa con sus transparentes aguas fue en otro tiempo  un pequeño poblado marinero y lugar de veraneo de los habitantes de los municipios de Telde e Ingenio. Su reducida población marinera fue protagonista en  gran parte del salvamento  de náufragos. A la bucólica existencia de este casi incomunicado lugar por tierra, (el núcleo más cercano, El Carrizal, se encontraba a varios kilómetros de distancia) se opone el otro gran referente, la siniestra “Baja”, que en el barlovento atrapaba irremisiblemente a los barcos entre sus garras en un  abrazo mortal, perforando sus entrañas con sus rompientes  y que nos trae a la memoria extrañas aventuras de bucaneros y piratas que contemplábamos en las películas durante nuestra niñez, convirtiendo sus arenosos fondos en cementerios de navíos que durante años surcaron nuestros mares y que traían vida y  esperanza a las islas. Su nombre ha estado desde siempre en la mente de los marinos desde que se acercaban a las aguas de Gran Canaria, al pasar por las costas de Gando.

Esta evocación de Gando nos sirve para ilustrar uno más de los naufragios provocados por la dichosa “baja”, cuando en España se desarrollaba la sangrienta Guerra Civil.

 

La flota ballenera alemana

 

En la época que ocurrió nuestro relato, la flota ballenera alemana era una de las más importantes con más de medio centenar de barcos cazadores y buques factoría. Su industria de transformación producía sustanciosos beneficios. De las ballenas se extraían distintos productos (aceite, lubricantes, margarina, jabones, productos alimenticios y otros derivados). Alemania había realizado varias expediciones a  la Antártida con el fin establecer una estación ballenera  y a la que animaba el deseo de poseer una parte de este amplio y desconocido territorio. Una de estas expediciones  a la Antártida compuesta de una flota ballenera había partido en 1937 regresando en la primavera de 1938. En ella se elaboró un plan para una tercera que partió el 17 de Diciembre de 1938 que a través del buque Schabenland  realizó estudios en la Zona Antártica. La Guerra Mundial que se inició en 1939 hizo desistir a Alemania de sus pretensiones territoriales. La coincidencia del regreso de la  expedición en la primavera de 1938 con el hundimiento de una de sus unidades en aguas canarias nos hace suponer que procedía del Antártico, pudiendo ser la misma, si bien, eso nos conduciría a otro tipo de investigación ajeno al objetivo de la presente serie.

 

El naufragio del  Sud número 6

 

Era una mañana de un 12 de Abril de 1938 cuando se dirigía en arribada al puerto de la Luz, después de una larga estancia en los mares árticos dedicado a las operaciones de la  pesca de ballenas el buque madre ballenero Sudmeer, alemán, a la consignación de los señores Woermann Linie para repostarse y esperar a seis balleneros que vendrían también para tomar provisiones. Sobre las cuatro y media de la tarde, uno de los esperados, el Sud número 6, cuando navegaba en aproximación por aguas de Gando chocó con uno de los “bajos que existen en Gando”, produciéndose graves averías que determinaron el hundimiento total del barco cuando solo habían transcurrido  seis minutos del choque.

 

El salvamento

 

Los pescadores que por aquellas inmediaciones presenciaron el accidente se hicieron inmediatamente al mar no obstante el temporal que reinaba en aquellos momentos, logrando salvar a la tripulación que luchaba con el mar embravecido excepto un marinero de nacionalidad noruega que desapareció en medio de las olas sin que los esfuerzos que los heroicos marineros de Gando hicieron por encontrarlo dieran resultado alguno. Tan pronto como el comandante de Marina tuvo conocimiento del naufragio salió para el lugar del accidente así como un remolcador de la Casa Miller y Co. que conducía personal de la misma y de la Capitanía del Puerto que tuvo que luchar con la tempestad reinante hasta llegar a Gando, encontrando que el barco ballenero estaba totalmente perdido. Por orden del Comandante de Marina, los tripulantes salvados fueron conducidos a un pabellón de la Penitenciaría de Gando, donde fueron debidamente atendidos, recibiendo alimentos y ropas para ser trasladados al puerto al buque madre. Destacada fue la abnegada conducta de nuestros marineros de las playas del Sur que heroicamente expusieron sus vidas por salvar a la tripulación del buque náufrago.

Transcurrirían ocho años para que se produjera en el mismo lugar el que sería el último de los naufragios de barcos de gran tonelaje, el curtido y veterano de los océanos Monte Isabela, si bien, otros barcos de pequeño y mediano tonelaje seguirían cayendo posteriormente atrapados y heridos de muerte por la tenebrosa “Baja”, hasta hace muy  pocos años.

 

 

El Monte Isabela 

 

Sesenta y seis años habían transcurrido desde aquel fatídico 12 de Mayo de 1880 en que el buque Senegal era atrapado por la baja de Gando. Uno a uno irían cayendo en distintas épocas y casi de forma escalonada buques de gran  tonelaje, como si el mar exigiera un tributo de peaje que había que pagar en una insignificante roca perdida en el Atlántico en la isla de Gran Canaria en  las costas de Telde y que a dos metros de la superficie acechaba cautelosa a aquellos barcos que predestinados por un extraño sino chocaban contra sus rompientes.

La silueta  del legendario vapor Monte Isabela pintado de negro  y con chimenea de amarillo, rematada con una "A" roja en el centro, jalonó una histórica etapa  en sus viajes por el Altántico.

 

La Naviera  Aznar  y el Monte Isabela

 

El vapor Monte Isabela fue botado en 1921 en Stockton (Inglaterra) por “The R.S.B.S.R.C.S.L.” y pertenecía a la Naviera Aznar S. A. de Bilbao a la cual había sido transferido en 1939, habiendo navegado con el nombre de “Atxeri mendi”, en la Empresa por aquel tiempo denominada Sota y Aznar. La mayoría de  sus buques estaban  dedicados al transporte de mercancías. Al iniciarse la Guerra Civil Española quedaron repartidos  en ambas zonas beligerantes de la contienda; algunos fueron hundidos. Poco después de finalizar la Guerra Civil, en Junio 1939, la entidad se convirtió en naviera única. A todos los barcos de la antigua compañía  naviera mercante “Sota y Aznar” le cambiaron  sus nombres vascos  “castellanizándose” por el de “Montes”. El buque de transporte “Atxeri mendi” se convirtió en  “Monte Isabela”.

Su arqueo bruto era de 3.615 toneladas y en carga llevaba un peso muerto de 8.425 toneladas. Sus medidas en metros: eslora, 107,28; manga, 14,84; puntal, 7,57. Estaba provisto   de un motor a vapor de 1.220 H.P.

La tripulación del Monte Isabela estaba integrada por 34 hombres, figurando entre ellos como agregado un hijo del práctico del Puerto de la Luz señor Mora.

Navegaba bajo el mando del capitán de la marina mercante D. Francisco García y García, siendo despachado en Las Palmas por “Aucona”.

El buque siniestrado había descargado unas cinco mil toneladas de maíz entre el Puerto de la Luz y el de Santa Cruz de Tenerife, de donde regresó  para proveerse de carbón.

 

Una larga odisea por el Atlántico

 

Durante la primera mitad  de la década de 1940 el Monte Isabela surcó los mares en una época sumamente peligrosa, no por  huracanes ni tormentas, sino por la terrible contienda mundial que se desarrollaba y de la que en muchos casos eran víctimas  inocentes barcos de carga. En esta etapa la presencia del Monte Isabela era especialmente apreciada, pues en él venía el grano para las Islas y la Península en una época especialmente triste de la historia de nuestras islas, donde por efectos de la contienda  recién terminada y por la que se desarrollaba, la entrada de suministros procedente del exterior era escasa.

En esta etapa sus viajes estuvieron consignados por las Casas locales Camilo Martinón y Aucona.

A finales de Junio de 1940 había llegado a Las Palmas con un cargamento de cereales procedente  de Concepción. El 29 de Agosto de 1942 arribó desde Argentina descargando trigo y otras mercancías para la población, continuado luego  viaje para Valencia después de repostarse. A principios de Diciembre de 1942 llegó a Santa Cruz de Tenerife para descargar la mitad de los  cereales que traía, siendo despachado para Bilbao donde desembarcó a mediados de mes la otra mitad. Junto a sus compañeros “Monte Gurugú”, “Monte Icherta”,  “Monte Orduña”  y “Monte Solluve”  se encontraba navegando por el Atántico procedente de la Argentina para descargar en Canarias y Península cereales, habiendo entrado en el puerto de Las Palmas el la mañana 25 de Abril de 1943 con 7.000 toneladas  de cereales para Gijón a donde siguió viaje por la tarde. En Enero de 1944  transportaba un cargamento completo de bacalao desde Filadelfia con destino a Bilbao. Después de llegar de Argentina con trigo para abastecimiento nacional, a principios de Junio de 1944, embarcó con destino a Pasajes  12.413 piñas  y 475 paquetes  de plátanos, y 3.488 canastas de tomates. En la mañana del 4 de Febrero  de 1945 llegó al puerto de la Luz procedente de Buenos Aires  descargando 2.600 toneladas de maíz y 90 toneladas de leche en polvo continuando viaje a Tenerife donde dejó 2.400 de maíz y  leche en polvo. A mediados de Marzo fue despachado para Buenos Aires después de proveerse de carbón. El 31 de Agosto del mismo año entró en el puerto de la Luz procedente de Rosario con cargamento de cereales para Gijón, habiéndose proveído de carbón. El 19 de Octubre  pasó por las Palmas vía Tenerife con destino a Buenos Aires con un cargamento de carbón para ambas capitales. A mediados de Junio de 1946 llegó a Las Palmas desde Buenos Aires en tránsito con cereales descargando una importante partida, proveyéndose  de carbón. El 6 de Septiembre de 1946 llegó de Buenos Aires  para descargar 5.000 toneladas de maíz con destino al abastecimiento de las islas. El 18 de Septiembre después de descargar los cereales en Tenerife  regresó al puerto de la Luz  en lastre para carbonear y continuar viaje hacia Cuba, a cuyo destino no pudo llegar cuando en la tarde de un domingo soltó amarras en nuestro puerto y  puso proa al sur para dirigirse  a América encontrándose en su camino la fatal “baja de Gando”, en aquel aciago día en que desapareció un barco que había cruzado multitud de veces el Atlántico  en sus viajes de ida y vuelta al Nuevo Mundo y que tantos servicios había prestado a nuestras  islas.

 

El naufragio

 

Un nuevo suceso marítimo se producía en la baja de Gando donde el Monte Isabela quedó hundido al anochecer de un viernes 20 de Septiembre de 1946. El buque había salido del Puerto de la Luz entre las seis y siete de la tarde, en lastre y con destino a Cuba, donde debía cargar azúcar para Inglaterra.  El mar estaba en completa calma y el Monte Isabela costeaba las aguas del Este de la isla en el que sería el principio y fin  de su viaje.

Casi a la hora de navegación, cuando pasaba por aguas de Gando, chocó violentamente contra un “cuerpo extraño”, desapareciendo rápidamente de la superficie.

La catástrofe se produjo con tal rapidez que el barco  quedó clavado de proa. Antes de desaparecer de la superficie,  la chimenea voló por los aires, desprendiéndose el puente y otros departamentos del navío con gran violencia, desapareciendo entre las aguas 15 minutos después, a las ocho exactamente.

La confusión a bordo fue enorme. Los tripulantes sorprendidos por el inesperado siniestro, apenas tuvieron tiempo para lanzarse al agua con algunas balsas y asidos a maderos que flotaban, permanecieron así cerca de una hora. Algunos  quedaron agarrados al pedazo de puente que se desprendió.

Según versión de algunos tripulantes, por la aparatosidad del choche, dio la impresión  que el buque había chocado con una mina, pues al producirse el siniestro se oyó un ruido muy fuerte y extraño.  Las secuelas de la pasada guerra aún pervivían.

El radiotelegrafista dejó cortada la llamada de auxilio y todos se lanzaron al agua con la rapidez que el caso requería.

El capitán, que se obstinaba en permanecer a bordo fue lanzado al agua por el fogonero canario Antonio Jiménez  de la Nuez, uno de los desaparecidos del siniestro juntamente con el cocinero.

 

El salvamento

 

El radiotelegrafista del Monte Isabela logró lanzar la primera llamada de auxilio que aunque quedó cortada por la rapidez de los acontecimientos, al tenerse que abandonarse el buque con celeridad; afortunadamente fue recogida por la estación costera y comunicada con la rapidez del caso a las autoridades competentes.

El último contacto con el Monte Isabela se produjo sobre las ocho de la noche, cuando se recogió por telegrafía una lacónica y estremecedora llamada de socorro:

  "Estamos a 20 millas. Nos hundimos rápidamente".

Inmediatamente de conocido el accidente  comenzaron las operaciones de salvamento de los tripulantes, que en parte se habían echado al agua en barcas y botes; en estas operaciones, participaron ejemplarmente elementos civiles y militares que acudieron con rapidez al lugar del suceso, a donde hizo también acto de presencia el alcalde de la  ciudad de Telde don Manuel Álvarez Cabrera,

Las autoridades marítimas habían  dispuesto que el remolcador Gran  Canaria saliera del Puerto de la Luz para auxiliar a los náufragos. El vaporcito pesquero San Juan que venía de la pesca, fue la primera embarcación que llegó al lugar del suceso recogiendo a los primeros náufragos. Los restantes fueron salvados por el Gran Canaria. La mala suerte se cebó con el pequeño pesquero, pues sufrió una avería siendo arrastrado al garete en dirección al Sur teniendo que ser auxiliado por el Gran Canaria  cuando ya se encontraba cerca de Arguineguín. También acudieron como siempre los “barqueros” de la zona de Gando.

            Algunos barcos en ruta que también recibieron el S.O.S. lanzado por el Monte Isabela trataron de acudir al lugar del siniestro. Uno  de estos buques fue el Monte Nafarre, que había salido del Puerto de la Luz para Cádiz con tabaco. El otro fue uno inglés que también había abandonado nuestro puerto. Pero la estación costera comunicó a los mismos que ya habían acudido embarcaciones ligeras para recoger a los tripulantes del Monte Isabela y aquellos siguieron ruta. También un avión de la base de Gando voló inmediatamente sobre el lugar del suceso, informando que los tripulantes del vapor hundido permanecían a flote en balsas y maderos desprendidos del buque.

Durante toda la noche, posterior al suceso se realizaron activas búsquedas que dieron por resultado el hallazgo de 32 hombres de los 34 que componían la tripulación, echándose en falta a dos, ignorándose si habían desaparecido en el accidente o se encontraban aún a bordo de algún bote.

El buque se hundió en seguida, sin dejar rastros que permitieran precisar el lugar de la catástrofe. Por ello, el Gran Canaria pasó gran parte de la noche buscando, infructuosamente por todos los alrededores del sitio dónde suponía se había producido el hundimiento.

En la tarde del día siguiente al naufragio el remolcador Gran Canaria que realizaba exploraciones en los alrededores del lugar del siniestro encontró una balsa con los dos tripulantes que faltaban habiendo fallecido el fogonero Antonio Jiménez de la Nuez, siendo la quinta y última víctima mortal de los que de manera directa o indirecta fallecieron como consecuencia de los naufragios relatados.

Los tripulantes salvados perdieron sus pertenencias, viéndose precisados a lanzarse al agua solamente con lo puesto. Todos fueron espléndidamente atendidos en Gando y trasladados después al Hotel Central.

Poco después de las dos de la tarde recibió  la Estación Costera, a cuyo frente estaba el técnico don Luis Campanario una llamada del remolcador Gran Canaria, dando cuenta de haber hallado sobre una balsa al cocinero y  al  fogonero del Monte Isabela, Antonio Jiménez y Juan Limiñana, uno de ellos vivo y el otro muerto. Los desaparecidos se encontraban a la altura de Arinaga.

Colaboraron con el remolcador en los trabajos de localización de los desaparecidos algunos aviones de la Base Aérea, los cuales sólo hallaron restos del barco  hundido y un bote con un trapo blanco.

Como dato curioso se puede reseñar que en el Monte  Isabela viajaba otro canario además del fogonero, un agregado, hijo del práctico del puerto Sr. Mora resultando extraordinariamente emocionante el encuentro de ambos una vez verificado el salvamento. Por noticias recogidas en el lugar del suceso se supo que el “foxterrier” de a bordo se salvó por si mismo, siendo recogido por uno de los botes  que se aproximaban a la orilla.

 

Epílogo

 

El Monte Isabela se encuentra reposando a 72 metros de profundidad en aguas de Gando constituyendo un gran atractivo, sólo al alcance de expertos buceadores, ya que la profundidad a que se encuentra representa  un serio peligro para aquellos que osen llegar a él sin  las condiciones de seguridad que dicha profundidad requiere.

A principios de la década de 1990 en un gráfico realizado  por el segundo jefe del buque de la armada Poseidón se comprobó que el buque estaba completamente derecho conservando su estructura.

          Sobre su hundimiento se han tejido innumerables conjeturas e hipótesis que a pesar del tiempo transcurrido siguen sin aclararse y como casi siempre la sospecha sobre el cobro de indemnizaciones de los seguros marítimos.

 

 

El aloyon

 

En el desarrollo cíclico de los trágicos acontecimientos históricos relacionados con la Baja de Gando, este extraño y caprichoso escollo costero parece como si estuviera dotado de vida y cual si fuera monstruo mitológico marino, guardián oceánico anclado al fondo en las aguas de Gando, cuando quiere permanece aletargado, después de haber devorado algún incauto navío, pero a veces despierta con hambre insaciable y sin haber digerido su primer alimento se apresta insatisfecho a buscar una nueva presa. Al suculento  Monte Isabela iba a servir de postre el pequeño y apetitoso Aloyon con un intervalo de solo un mes.

El hundimiento del Aloyon se produce cuando  aún no se habían apagado los ecos que produjo en toda la sociedad canaria la lamentable desaparición del reconocido y familiar Monte Isabela, hecho ocurrido en aguas de Gando el 20 de Septiembre de 1946 y que hemos relatado en el capítulo anterior, con su marinera estampa y su peculiar chimenea, reconocido  cuando se divisaba en lontananza en  sus múltiples  arribadas al  puerto de la Luz para repostar o para descargar el tan esperado grano que procedente de América saciaba el hambre a que se hallaba sometida toda la población canaria por efecto de la recién terminada Guerra Civil y el desarrollo de la  Guerra  Mundial.

 

Gando, depósito de barcos abandonados

 

El relato que sirve de preámbulo para ilustrar el capítulo de hoy  nos hace caminar hacia atrás en el tiempo, mucho antes de comenzar la serie que estamos tratando, 23 años antes de producirse el naufragio del Senegal, el día 14 de Julio 1857.

 Había sido avistado por el atalayero de la ciudad de Las Palmas un barco náufrago de regular porte, totalmente inútil por haber sufrido un incendio al que le faltaba  la cubierta, sin arboladura, popa ni timón y sus costados hasta los portalones estaban completamente  destrozados por las llamas. En tan lamentable estado fue conducido a la playa de Gando, al remanso de su bahía, testigo impasible de naufragios y buques inservibles. El buque había perdido la carga  que pudiera haber contenido en la parte superior de la bodega, y solo tenía debajo de las latas del entrepuente madera  en tablones de pinsapo, flotando en el agua que lo había inundado. Al no tener popa, costado ni cámara,  había sido imposible por dicha razón  encontrar su nombre o algún documento que pudiera indicar su nación, propiedad o procedencia, por lo cual, las autoridades de marina hacían un llamamiento a los dueños del navío para que se acreditaran y si no aparecieran declararlo “mostrenco”, para lo cual el Juez de arribadas de naufragios lo hacía saber a la población en el Boletín Oficial de Canarias.

Sirva este anecdótico relato de precedente para la introducción al hundimiento que 89 años después se produciría en las mismas aguas de Gando.

 

El hundimiento del Aloyon 

 

El Aloyon era un barco pesquero a motor de nacionalidad portuguesa con matrícula de Lisboa. El barco siniestrado tenía 125 toneladas de desplazamiento y sus consignatarios en Las Palmas eran los Sres. Miller. Siendo su capitán el Sr. Ferreira.

Había llegado al puerto de la Luz para abastecerse de combustible. Una vez ultimada su estancia en el puerto partió para sus faenas pesqueras en el sur en las últimas horas de la tarde de un sábado 12 de Octubre de 1946.

Al llegar la embarcación a Gando, cerca de las inmediaciones donde hacía poco  tiempo se hundió el vapor Monte Isabela, debido a chocar su quilla con  la baja allí existente, muy cerca de tierra, se fue inmediatamente a pique, quedando la proa y el palo de la proa a ocho brazas del agua. Sus tripulantes, en número de 22 y el perro mascota de a bordo pudieron salvarse, unos a nado y otros utilizando los botes de salvamento.

 

 

El Nivaria

 

Al redactar cada semana los distintos capítulos de esta serie, me viene a la  memoria mi ya lejana niñez, donde cada domingo acudíamos una “jarca de chiquillos” al bazar de “Paca Espino” en la “calle Nueva del Ingenio” a comprar e intercambiar “revistas” del Capitán Trueno, el Jabato o el Guerrero del Antifaz, para continuar los relatos que habían quedado interrumpidos la semana anterior.  Con el poco estipendio que recibíamos de nuestros padres, complementábamos esta actividad literaria con las películas de “tres jornadas” que nos “gozábamos” en los cines de “Alante” o “Atrás” en la función de las 3,30 para niños los domingos. Aquellas aventuras a las que no faltaban piratas, corsarios, bucaneros, galeones y tesoros y donde “el muchacho” quedaba siempre en una situación de riesgo que era solventada en el capítulos siguiente, pero que durante una semana nos tenía sumidos en el constante interrogante y natural desasosiego sobre lo que iba a ocurrir a nuestros héroes. Los  pequeños barcos hechos de papel, “palas” de tunera, de madera o “taliscones” de palma, invadían acequias y cantoneras a modo de simulados mares y muchas veces nuestra ilusión por los barcos  nos valió una reprimenda de los labradores. A aquellas ingenuas aventuras ilustradas y las películas del “número  1” debo mi afición por el mar, y ahora, al paso de los años y después de haber  indagado multitud de fuentes documentales, cada semana me enfrento a la incertidumbre de si el capítulo salió bien o si es del  agrado del público lector.

 

La historia se repite

 

Avanzando en el tiempo y después de los hundimientos del Monte Isabela y Aloyon, transcurriría un paréntesis de 23 años sin que nada relevante ocurriera en torno a nuestra “Baja”, hasta que la fatalidad  vuelve a poner de actualidad a la inexorable “meseta submarina” repitiéndose la misma historia que ya era una constante desde que en el año 1880 el Senegal tuvo la desgracia de chochar contra  el escollo. Aquel año de 1969, diez días antes de la histórica fecha en la que hombre había alcanzado la gesta de llegar a la Luna, se repetía con escandalosa frecuencia los accidentes en la “Baja”. Si en aquel ya lejano  1946 caían dos barcos con un intervalo de un mes, en este año iba a ocurrir lo mismo, tan solo que la diferencia fue de tres meses. En Julio caería  el Nivaria y en Octubre el Reina Mercedes. Considerando también, que, si bien, aquellos fueron a parar al “patio de los cangrejos” estos últimos lograron salvarse habiendo sufrido averías de consideración. Del primero nos ocuparemos brevemente  en este capítulo y del segundo, por la especial odisea de su salvamento, lo haremos de una forma más amplia y pormenorizada en el próximo.

 

El naufragio del Nivaria

 

El Nivaria hizo en muchas ocasiones las delicias de sus ocupantes, pues durante mucho tiempo estuvo aparejado de balandro navegando a vela, para transformarse luego en una pequeña nave a motor provista de casco de madera en una época donde ya se habían quedado atrás las velas que impulsaban las pequeñas “barcas”  de los “barqueros” costeros en las  radas que circundan Gran Canaria. Este buque pertenecía al armador tinerfeño don Jacinto Lorenzo Rodríguez y desplazaba más de cien toneladas de registro bruto, destinándose al cabotaje entre las islas.

El Nivaria con su porte entre tradicional y moderno tuvo la suerte que no tuvieron otros con anterioridad y no fue su destino el estar ahora acompañando a los innumerables barcos que descansan en los fondos arenosos de Gando. El abrazo  de “la Baja” no fue lo suficientemente certero  y nuestro barquito protagonista con nombre representativo de Tenerife logró salvarse.

El Nivaria navegaba una madrugada de un 10 de Julio de 1969  por aguas del sur de Gran Canaria y cuando el día empezaba ya casi a clarear tuvo la desgracia, como tantos otros, de tropezar contra la Baja de Gando, dejando parte de su quilla en el brutal encontronazo. El hecho que el casco fuera de madera ayudó en parte a que pudiese escapar a la llamada de sus hermanos que yacían  en la gran “necrópolis de Gando”.

Su tripulación, después de pasado el susto y con dificultades puso rumbo a Las Palmas, siendo llevado el Nivaria al Puerto para ser varado en  el lado derecho del muelle de Santa Catalina, donde se encontraba los talleres de los Hermanos Jorge, para proceder a su reparación.

 

 

El Reina Mercedes

 

 

El año 1969 marcó un hito en la historia con la llegada del hombre a la Luna; sin embargo, fue un año especialmente aciago para la flota pesquera en aguas de Canarias y África Occidental por el naufragio de trece barcos, once españoles y dos griegos; siendo el  Nivaria y el Reina Mercedes dos víctimas de la “siniestra y enigmática” Baja de Gando.

El accidente del Reina Mercedes es especialmente significativo, destacando entre  todos los  protagonizados por el archiconocido escollo marino, no por el naufragio en sí,  que ya casi no representaba noticia destacada, sino por los avatares que sufrió la nave posteriormente en su costoso y accidentado periplo antes de llegar a los varaderos  para su reparación.

 

El Reina Mercedes: características

 

El Reina Mercedes era un barco de nueva construcción, llevando  solamente cinco meses activo en la navegación, dedicado a labores de pesca. Su casco estaba construido de madera y   lo movía un modernísimo y potente motor, con desplazamiento  de unas 114 toneladas de registro bruto. Se hallaba matriculado en Castro Urdiales (Santander).  Constaba como patrón y armador de la nave D. José Velar.  Su consignatario en Las Palmas era la Empresa Borrás.

 

El naufragio     

           

El suceso marítimo se produjo sobre las 15, 30 horas del sábado 4 de Octubre de 1969, cuando, después de terminar sus faenas pesqueras y cargado de atún desde la vecina costa de África se dirigía al Puerto de la Luz.  Navegando a la altura de Gando  tropezó su casco contra la “Baja” que allí existe sufriendo una  importante vía de agua.

A esa hora, en   la Estación Costera de Las Palmas se recibió una débil  llamada de socorro del  Reina Mercedes que sólo fue recibida a medias y sin que en la misma se facilitara situación alguna ni posteriores llamadas. Esto hizo creer en un principio que podría tratarse de una falsa alarma.

A  las 17,45 la incógnita se disipó por completo, al recibirse una llamada del buque francés "La Varne" informando que  en la situación de 27º 58’ N. y 15º 20’W.  se hallaba el pesquero Reina Mercedes.  

El  barco francés que se encontraba en las cercanías  trató de  remolcarlo al puerto de la Luz, pero desgraciadamente, después de haber recorrido algunas millas se partió el cabo con el que era arrastrado el Reina Mercedes quedando el buque siniestrado a la deriva  y a medio flotar.  Siendo empujado por las olas y el viento, fue a embarrancar, terminándose por hundir muy cerca de la costa  a poca distancia de la Potabilizadora (estaba en proceso de construcción) en la rompiente entre su escollera  y Bocabarranco casi frente a la industria machacadora de piedra emplazada en ese sector, a unos 40 metros de tierra y con su cubierta bajo la superficie del agua. El  pesquero extranjero siguió su  ruta.

 

La tripulación

 

Los  tripulantes del Reina Mercedes, naturales de la provincia de Santander, en número de 17, no pudiendo hacer nada frente a la emergencia, abandonaron el barco  logrado llegar sanos y salvos a tierra por sus propios medios, siendo atendidos por miembros de la Base Aérea y desde allí pusieron telefónicamente en conocimiento el hecho del serio embarrancamiento que había sufrido su nave. Poco después  se trasladaron en taxi hasta Las Palmas con el fin de dar todos los informes posibles acerca del  accidente. Una vez en la ciudad se hospedaron en la Casa del Marino. Por el personal de dicho centro se realizaron las oportunas gestiones con la Trasmediterránea, con el fin de embarcarlos esa misma tarde  hacia la Península.

 

El remolcador Tamarán

 

El remolcador Tamarán  que se encontraba navegando cerca de Salinetas, fue inmediatamente alertado y emprendió ruta  en auxilio del  buque siniestrado  donde  observaron que ya el barco francés "La Varne" estaba intentando proceder al remolque de la nave.

Tres días después del hecho  el Reina Mercedes  continuaba embarrancado   y se consideraba que podía darse por perdido toda vez que estaba casi hundido y los esfuerzos realizados hasta el momento por recuperarlo habían resultado infructuosos.

El 8 de Octubre, el remolcador Tamarán se desplazó al lugar del siniestro a las 5 de la madrugada , volviendo al Puerto  cinco horas después  para de nuevo salir  al mediodía con personal especializado, toda vez que sobre la pérdida del pesquero todavía no se había dicho la última palabra, existiendo fundadas esperanzas sobre su recuperación. Al efecto, el Tamarán permaneció en las proximidades del pesquero hasta el día 9  estudiando la situación del mismo hombres-ranas de dicho servicio, para tratar de aligerar la nave, taponar las posibles vías que presentaba la embarcación y cuanto pudiera favorecer su salvamento. Sobre las 11.10 de la noche el Tamarán logró, con éxito la maniobra de sacar a flote de su lugar de embarrancamiento al pesquero, pero al parecer, el Reina Mercedes sufrió una nueva vía de agua en su  casco comenzando a inclinarse y hundirse cada vez más. Cuarenta minutos después,  desaparecía totalmente debajo del agua, muy cerca de donde había embarrancado a 22 metros de profundidad y a unos 700 de la costa. El Tamarán retornó a puerto pasada la medianoche.

 Ni los esfuerzos del pesquero francés La Varne, ni el popular Tamarán lograron en principio el propósito de mantenerlo a flote.

 

Reflotamiento y traslado

           

Al ser un barco moderno y tener una póliza aseguradora sustanciosa se puso en marcha su salvamento por la Mutua de Riesgo Marítimo del Instituto Social de la Marina, intentándose la recuperación de la nave por la empresa "Reparaciones y Trabajos Submarinos" de la que era su director técnico Don Francisco Campanalunga.

El 16 de octubre en el lugar donde estaba hundido el buque, unas pequeñas embarcaciones con personal submarinista, proyectaba su salvamento. El buen estado del mar, completamente en calma, facilita las exploraciones. El 18 de Octubre continuaba el trabajo  del equipo de submarinistas orientados hacia una posible operación de reflotamiento. Había  hecho concebir ciertas esperanzas el detalle que hacía unos días, cuando se trabajaba en el mismo, saliera a la superficie la proa del pesquero, volviendo poco después a sumergirse. Volvió a la superficie en dos ocasiones, con el empleo de unos balones de aire colocados por hombres-ranas. Los trabajos se habían reanudado  después de haber quedado   interrumpidos, ya que por un tiempo  se estuvo a la espera de la llegada de material especial procedente de Italia, consistente en unos grandes balones de aire, que se introducían vacíos en el interior de las bodegas y sala de máquinas, a fin de llenarlos posteriormente para hacer el oportuno vacío, para que el buque volviera a la superficie. Tal operación se  llevaría a cabo por un experto grupo de hombres - ranas.

            El 20 de Noviembre con la llegada del material que se esperaba de Italia, consistente en 50 hidrodines, colocados en el Reina Mercedes, así como 70 bidones vacíos  se debía intentar llevarlo a la superficie. Tal operación se pensaba realizar en la tarde del día 19 de Noviembre, pero debido al tiempo reinante se aplazó, hasta su mejora. Se pretendía elevar casi a la superficie, quedando medio sumergido, con los palos solamente fuera. En dicha situación sería llevado a remolque hasta el Puerto de ser positiva la reflotación, pasando después a las radas de un varadero para su oportuna reparación.

 

El remolcador Adelantado

 

El 21 de Noviembre se intentó traerlo más a la orilla. Sobre el mediodía y por el equipo de hombres-ranas que llevaban a cabo la operación se procedió a llenar de aire los hidrodines, que tenían una potencia de 59 toneladas, quedando al poco tiempo entre dos aguas el Reina Mercedes. En dicha situación y mediante un cabo amarrado al remolcador Adelantado,  se procedió, a las dos y media de la tarde, a tirar del casco de la embarcación con el fin de acercarlo más a tierra. En tal maniobra se avanzaron unos doscientos metros aproximadamente, hasta que de nuevo el Reina Mercedes  tocó fondo nuevamente. Ante ello se optó por añadirle nuevos hidrodines, con el fin de hacerlo flotar de nuevo entre dos aguas en la mañana del día 22, y llevarlo más a la orilla para un reconocimiento completo, y de ser éste positivo, traerlo hasta el puerto con el fin de vararlo.  Todo había quedado dispuesto para culminar la operación de reflotamiento que resultaba en extremo dificultosa a causa de la mar de fondo que impedía a los submarinistas actuar.  Después de haber trabajado tres jornadas completas de nuevo el motopesquero salió casi a flote.

 

Hundimiento en La Laja

 

Los submarinistas lograron su objetivo, aflorando los palos y la "magistral". El Adelantado, que previamente se había situado en el lugar, inició el remolque muy lentamente hacia el Puerto de la Luz. Cuando todo parecía solucionado y  ya se habían recorrido dos millas en dirección al Puerto, encontrándose a la altura de  de la playa de La Laja, volvió a hundirse otra vez, seguramente al perder aire algunos hidrodines. El Reina Mercedes, se fue de nuevo al fondo, cuando eran aproximadamente las cinco y media de la tarde, desapareciendo bajo las aguas los palos y el puente que emergían quedando a una profundidad de unos 30 metros. El Reina Mercedes se resistía a ser salvado.

           Vuelta empezar, los trabajos se pudieron reanudar por la tarde al experimentarse una mejoría del tiempo. Al día siguiente se reanudó la operación de salvamento, con la intervención del mismo remolcador. Se  consideró que los hidrolines era lo más recomendable el salvamento del motopesquero al disponer cada uno de una tonelada de desplazamiento o recuperación que hacía que la nave flotara y pudiera ser extraída del lugar del siniestro.  Para  su reflotamiento se emplearon sesenta hidrolines y un equipo de doce submarinistas. El trabajo se  desarrolló con mucha dificultad   al estar la nave  cargada y tener varias vías de agua, amén de la profundidad a que se hallaba.

 

El reflotamiento definitivo

 

Por la mañana el remolcador Adelantado, al mando del capitán Garrido  y el equipo de hombres-ranas de “Trabajos Submarinos”,  procedieron al inflado de los globos y, una vez colocados sobre el casco, el barco emergió, primero de proa, como una flecha, estabilizándose poco después. Eran las 11,10 de la mañana del 22 de Noviembre. Los hombres-ranas reconocieron el estado de los flotadores, los inflaron aún un poco más y seguidamente el reflotamiento  se consiguió, volviendo a salir a la superficie los dos palos, así como parte del puente. Quince minutos después, ya amarrado el Reina Mercedes al Adelantado,  se inició el remolque del Reina Mercedes hacia Las Palmas, comenzando la marcha lentamente, tirando con suavidad, ante la expectación del patrón y dueño del motopesquero D. Pedro Velar, que se encontraba en tierra, acompañado de unos amigos, contemplando el salvamento. En el remolcador iban el hijo del patrón y dos marineros del Reina Mercedes, por si tenían que ayudar a la dotación del remolcador. Con suavidad y lentitud, pero con seguridad, parando un par de veces para que los hombres-ranas reconociesen de nuevo los flotadores, el Adelantado llevó hasta las boyas de los varaderos situados junto al muelle de Santa Catalina al maltrecho Reina Mercedes, cuando era la 1,30 de la tarde.

Los submarinistas habían trabajado con ahínco en condiciones adversas en una zona donde el mar suele estar  embravecido, esta vez se emplearon cuatro jornadas completas para ponerlo a flote pudiendo ser conducido el moderno motopesquero el 27 de Noviembre a varaderos.

Siete semanas había transcurrido desde que el Reina Mercedes tuvo la desgracia de encontrase con la Baja de Gando.

 

Los trabajos para su varamiento

 

Una hora después, ya quedaba el Reina Mercedes, amarrado a una boya cercana a la entrada de la grada de la “Compañía Carbonera”, al Sur del Muelle de Santa Catalina, con lo cual concluía la operación salvamento.

Cuando el barco estaba ya dentro del puerto, en una falúa, fue inspeccionado por el Delegado del Montepío Marítimo Nacional, entidad en la que estaba asegurado el buque, y que hacía todo lo posible para que el Reina Mercedes volviera de nuevo a las faenas de la pesca.

Aprovechando la pleamar, se colocó al Reina Mercedes, en el correspondiente "carro", pero el calado del barco, al estar casi hundido, le impedía llegar hasta el "carro" de varada.

 Como si  sintiera la llamada de “la Baja”,  el Reina Mercedes  se resistía a quedar varado. A los intentos que se llevaron a cabo entre el 23 y 24 de Noviembre para vararlo en la grada de la “Compañía Carbonera”, a cargo de personal de la misma y del equipo de trabajos submarinos, que habían realizado una meritísima labor hasta conseguir traerlo flotando a nuestra bahía, el Reina Mercedes seguía obstinado en no querer salvarse. El problema que se presentaba era que la nave no podía llegar hasta donde alcanza el "carro" de varada para entrar en el mismo. Con tal fin, se pretendió el día 26 la varada, pero el intento no dio el resultado, toda vez que al ser retirados parte de los hidrolines, se inclinó del lado de babor, haciendo dificultosa la operación. Al día siguiente, aprovechando la pleamar los submarinistas seguían trabajando para poner los flotadores en las mejores condiciones. Con el concurso de la grúa de la Junta del Puerto, se intentó izar el Reina Mercedes a fin de colocarlo una vez  achicada el agua en el carro del varadero. Se optó por trasladarlo a la grada de la compañía A.S.V.A.S.A, situada entre el muelle Pesquero y el de La Luz.

Ya colocado en astilleros  se dispuso su reparación considerándose  un plazo de dos meses para volver a navegar. Allí fueron taponadas provisionalmente las vías de agua con el empleo de planchas de plástico para que pudiera flotar.

 

Estado de la nave

 

A primeros de Diciembre volvió a navegar el Reina Mercedes para cambiar de varadero hasta uno de los que están al sur del muelle de Santa Catalina, donde se acometería la reparación definitiva que iba a resultar muy laboriosa al haber perdido su quilla. El interior se encontraba en buen estado aunque con los consiguientes estragos que acarreó  su inundación por el  agua del mar. En el casco se apreciaban diversas vías de agua y daños debidos a las circunstancias del accidente y a los hitos por los que tuvo que pasar hasta su total recuperación.

 

El Andrea

 


 

Hacía ya veinticuatro años  que el buque "Monte Isabela" encalló en la “baja de Gando”, y en aquellas aguas quedó sepultado para siembre. Fue el último barco "grande" que yacía en aquel "cementerio de buques"; pero en aquel verano de 1970 la historia estuvo a punto de repetirse. El fondo marino del lugar, que constituye  una dramática exposición de restos de naufragios, no pudo añadir a su lista al Andrea.

 

El Andrea

 

El Andrea era un barco portacontenedores que navegaba bajo bandera alemana,  habiendo entrado en su actividad hacía muy poco tiempo. Este buque se encontraba fletado por la compañía "Chargeurs Reunis", la misma a la que perteneció el legendario Ville de Pará hundido en aguas de Gando como consecuencia   de haber chocado contra la “Baja” aquel ya lejano 10 de Octubre de 1884. Eran sus consignatarios en Las Palmas la firma "Hijos de A. Conde".

 

Singladura

 

Navegaba desde el puerto de Burdeos con destino a Abidjan (Costa de Marfil) llevando carga general.

 

El accidente

 

Cuando navegaba  por aguas de Gando, en una de sus maniobras tuvo la mala fortuna de tocar fondo, al tropezar con la “Baja” cuando aproximadamente eran las tres de la tarde de un sábado  once de Julio 1970.

El encontronazo se había producido hacia la mitad del buque que acusando el golpe quedó momentáneamente sin rumbo.

Ante la inesperada situación, la tripulación se dio a la tarea de localizar una posible vía de agua, pero en los primeros momentos no había síntomas de tal percance. Viéndose en tan anómala situación, lanzó un mensaje de auxilio que  fue recibido por el remolcador  alemán Baltic que navegaba por las cercanías  remolcando   la plataforma gigante (especie de isla artificial flotante) de bandera panameña "Sedco Gusto", después de haber salido del puerto de la Luz. Viendo la situación apurada del Andrea decidió regresar de nuevo a Las Palmas para fondear en la Dársena Exterior la plataforma, saliendo al encuentro del portacontenedores. Ayuda que no fue necesaria ya que en su desesperado intento por salir de tan comprometida situación y forzando las máquinas el Andrea consiguió salir de la “Baja” por sus propios medios.  El buque germano regresó al puerto de La Luz, entrando sobre las nueve de la noche del  mismo día quedando fondeado en el exterior.

El Andrea tuvo suerte por aquello que estaba en la mente de los marinos: “la baja de Gando cuando atrapa, no suelta” y de nuevo los comentarios repetidos durante siglos sobre que el paso entre la “Baja” y “tierra” estaba bastante claro; pero lo cierto era que la “Baja” seguía atrapando barcos.

 

Daños

 

La tripulación  del Andrea  se dio inmediatamente a la tarea de comprobar los daños del casco, pero estos no tenían la importancia que se temió en un principio, tan solo unas abolladuras en las inmediaciones de la quilla. Ante esta circunstancia, el capitán,  que era hijo del armador, decidió marchar en la mañana del lunes 13 de Julio  con destino a Lisboa con el fin de proceder a reparar los daños sufridos en el casco, suspendiendo el viaje con destino a Costa de Marfil.

 

 

El Nueva Unión

 

 

Ilustra nuestro último relato sobre los naufragios provocados por la “Baja de Gando” el mapa batimétrico de Arlett de 1834, donde se refleja fielmente la existencia del celebérrimo escollo marino al que da  el curioso nombre de “piedra a flor de agua” y que fue nuestra introducción al primer relato sobre el accidente del Senegal en 1880. Esta caprichosa “piedra”, rodeada en su contorno en el fondo marino por innumerables restos de barcos siniestrados ha sido protagonista durante noventa y cuatro años de multitud de accidentes que una vez seleccionados, durante dieciséis semanas hemos relatado a modo de capítulos de misterio y aventuras pero siempre fieles a las fuentes documentales que durante toda una vida hemos ido recopilando y que esperamos haya tenido una aceptable acogida por el público lector. Durante cuatro meses  navegamos con mar bonancible  por la páginas de “Telde actualidad” sin que ninguna “Baja” se haya interpuesto en esta singladura literaria que hoy toca a su fin llegando a buen puerto.

Como epílogo a  estas historias y en la que hoy nos toca, al tratarse de un hecho relativamente reciente, hemos contado no solo con la consulta de fuentes documentales escritas, sino  con el testimonio oral de una persona que estuvo presente en las operaciones que se llevaron a cabo para el reflotamiento del buque hundido que habiendo bajado con su equipo de buceo al lugar donde se encontraba el pecio contempló de cerca el trabajo de los buzos,  y que de forma apasionada por el cariño que siente por las cosas del mar nos contó en entrevista personal su experiencia. Se trata de D. Manuel Fernández Sarmiento cuyo testimonio es parte de lo que hoy narramos.

 

El Nueva Unión

 

El pesquero Nueva Unión había sido construido en el año 1967 en los astilleros “Arriola Hermanos”, de Ondárroa, para la Cooperativa “Productos Pesqueros Pablo VI”.  Las principales características del pesquero perdido eran las siguientes: tonelaje bruto, 119; neto, 43; eslora, 23,50 metros; manga, 6,72; y puntal, 3,25. Sus máquinas de gasoil tenían una potencia de 400 caballos, que le permitían una velocidad de servicio de 10,2 nudos.

 

El accidente

 

El motopesquero español Nueva Unión  en compañía del también motopesquero llamado Reina de la misma matrícula regresaban al puerto  procedentes de la pesca en  el Banco Sahariano, navegando ambos en pareja. Sobre las 9.30 de la noche del 4 de Noviembre de 1974,  el Nueva Unión embistió de proa contra la “baja de Gando”, quedando empotrado entre sus rompientes.  La famosa “baja de Gando” cobraba una víctima más que añadir a los muchos barcos que se habían perdido en ese peligroso lugar del litoral sur de la Isla en las costas teldenses. 

Todos los tripulantes fueron recogidos por el  Reina, que sobre la medianoche arribó al puerto de La Luz procediendo al desembarco de los náufragos.

Poco después del encontronazo el pesquero  se hundía encontrando su tumba  a una profundidad de 27 metros.

Esa misma noche partió para el lugar del accidente  la corbeta Nautilus de la  Armada, y  un helicóptero del S. A. R. de la Base Aérea de Gando.

A primeras horas de la mañana del día siguiente un grupo de tripulantes a bordo del Reina acudieron al lugar del siniestro, pero ya el Nueva Unión se había hundido totalmente.

 

Inútil salvamento

 

El pecio fue adquirido por la empresa de recuperación de barcos hundidos “Rescate S.L.”. El trabajo de rescate se realizó con enormes hidrolines. Cuando se efectuaron los trabajos las  redes salían del barco y llegaban  a la superficie, las cañas de bambú utilizadas para la pesca del atún amarradas con cordeles al barco hundido flotaban verticalmente a media agua en un extraño espectáculo marino, todo ello en un mar azotado por fuertes corrientes. Un buzo se encargó de sacar los atunes que llevaba en su cámara, que inflados por la descomposición hacían un veloz viaje a la superficie, saltando dos o tres metros al aire. El  fuerte hedor del pescado en descomposición se apreciaba en el ambiente.

Con la fuerza ejercida por los potentes hidrolines el pesquero salió a la superficie al tiempo que los buceadores que se encontraban en el barco de rescate saltaron con sus equipos para insuflar aire a los hidrolines intentando conseguir que el  barco  se mantuviera a flote,  pero no hubo suerte y el buque  se hundió nuevamente. Dos veces más se intentó el reflotamiento con resultado fallido, si bien fue arrastrado más cerca de la bahía donde fue desguazado bajo el mar. Como anécdota tenemos que indicar que cuando se encontraba a 27 metros de profundidad uno de los submarinistas que trabajaba en las tareas de reflotamiento sufrió una avería en su escafandra teniendo que subir a la superficie a pulmón libre.

La tristemente famosa baja de Gando volvía a estar de actualidad.

Casi un siglo había transcurrido desde que el Senegal  tuvo la desgracia de encontrarse con la  Baja  y a pesar de todos los adelantos modernos en la navegación, de forma inexorable la “roca” continuaba con su tarea.

 

A modo de conclusión

 

Con este relato finalizamos esta serie sobre naufragios en la costa de Telde  donde el auténtico protagonista ha sido la “baja de Gando”, un capricho de la naturaleza que ha dado lugar a estos acontecimientos que hoy ocupan un lugar preponderante en la historia marítima de las islas.